Pablo Fontaine ss.cc., María Angélica Llona, Fredy Parra y Guillermo Rosas ss.cc., nos ayudan a recordar parte de lo que fue su vida en sus tiempos de actividad. Hoy se encuentra residiendo en la casa provincial de la Congregación en un estado de salud estable, postrado con poca movilidad y afectado por las dolencias propias de un siglo de vida. Tuvo una celebración sencilla en medio de sus hermanos religiosos, familiares y laicos que trabajan cerca de él.
Nuestro hermano Beltrán Villegas Mathieu, nació el 20 de mayo de 1919. Cien años celebramos hoy de su prolífica vida entregada al servicio de la enseñanza de la sagrada escritura. Alberto fue llamado al nacer, como hermano menor de 4 hijos de Alberto y Amelia.
Exalumno ss.cc. de Alameda, en Santiago, a inicios de 1936 ingresó al escolasticado de la congregación en Los Perales (Quilpué). El 22 de marzo de 1936 inició su noviciado, con la «toma de hábito» en el Templo de los SS.CC. de Valparaíso. Al ingresar a la Congregación asumió el nombre religioso de Beltrán, en memoria de su abuelo materno, el diplomático Beltrán Mathieu Andrews (1852-1931).
Realizó en Los Perales sus estudios eclesiásticos de filosofía y teología, entre los años 1937 y 1942. De manos del obispo de Valparaíso, Mons. Rafael Lira Infante, recibió en Valparaíso el diaconado, el 8 de marzo de 1942; y el presbiterado el 19 de septiembre de 1942. Dada su corta edad para recibir el presbiterado, recibió una dispensa de 8 meses de la edad canónica para ordenarse. En 1947, fue enviado por el provincial de la época, Esteban Gumucio, a estudiar Teología en el Angelicum, la Universidad romana de la Orden de Predicadores (Dominicos).
De ese tiempo, Pablo Fontaine ss.cc., quien partió junto a él como estudiante, recuerda que fueron tres años de fraterna convivencia: “Fueron tiempos muy duros de postguerra, no fue fácil. Yo creo que fuimos los primeros en ir a Europa a estudiar. Convivimos 3 años en Roma, donde lo pude apreciar en su inteligencia y en su pasión. Ponía el alma en sus clases. Beltrán era un hombre que captó inmediatamente lo que se estaba produciendo en la Iglesia cuando esta se vivificó en la cercanía del concilio. Una persona muy notable, lo hemos perdido tantos años, su cuerpo no soportó el paso del tiempo y las enfermedades. Muy agudo, brillante desde muy temprano. Cuando llegó al noviciado ya se dieron cuenta sus pares. Un lector infatigable, llevó a Los Perales toda la renovación del concilio, antes del concilio. Nosotros estudiamos a los autores del concilio antes, gracias a él”, recuerda.
Durante largos años, y algunas excepciones en que se ausentó para seguir estudiando, fue profesor y director del escolasticado de la congregación, enseñando principalmente el dogma y la Sagrada Escritura. En Roma vivió en la Comunidad Internacional de Estudiantes de la Congregación, en Via San Erasmo 2. El 22 de mayo de 1950 recibió el título de Doctor en Sagrada Teología, con nota summa cum laude; su tesis doctoral versó sobre «El Milenarismo en el Antiguo Testamento, a través del padre Lacunza». Se embarcó de regreso a Chile el 26 de mayo de 1950.
El 12 de septiembre de 1961 viajó a Jerusalén para estudiar Sagrada Escritura en L’Ecole Biblique de Jerusalem, de la Orden de Predicadores. El 22 de noviembre de 1962 obtuvo el grado de Licenciado en Sagrada Escritura, en Roma, en examen rendido ante la Pontificia Comisión Bíblica, con calificación summa cum laude. Durante el desarrollo del Concilio Vaticano II actuó como consultor para el documento Sacrosantum Concilium, sobre la renovación litúrgica.
Desde 1968 comenzó a enseñar de modo habitual en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile. En agosto-septiembre de 1968 participó en la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Medellín, como teólogo oficialmente invitado a formar parte de ella.
Fue vicedecano de la facultad de Teología UC, los años 1969-1971. El segundo semestre de 1972 viajó a Jerusalén para un año sabático para el estudio de la Sagrada Escritura. En diciembre de 1973 fue elegido como Decano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, para el período 1974-1976.
Durante estos años actuó permanentemente como asesor teológico de la Conferencia Episcopal de Chile. Los años 1974-1982 fue nombrado Consultor Teológico del Celam. En 1979 fue invitado a participar como asesor de los obispos chilenos en la Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Puebla. En octubre de 1980 fue elegido como miembro de la Studiorum Novi Testamenti Societas, de Cambridge,
Los años 1976-1982 fue Vicario provincial de Manuel Donoso ss.cc.. En septiembre de 1982 fue elegido Consejero General de la Congregación, con residencia en Roma los años 1983-1989. Antes de partir, el 26 de noviembre de 1982 fue distinguido como Doctor Honoris Causa por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Estando en Roma, enseñó en la Pontificia Universidad Gregoriana, en el primer semestre del año académico 1984-1985. Durante su estadía en Roma le correspondió presidir la comisión que elaboró las nuevas Constituciones de la Congregación, aprobadas en el Capítulo General de 1988 y promulgadas en 1990.
Retornado a Chile a fines de 1989 fue a vivir a la comunidad adjunta al Colegio de Manquehue y continuó enseñando en la Facultad de Teología hasta el año 1999.
Beltrán desarrolló un amplio trabajo intelectual que se expresó en innumerables conferencias, en una predicación cuidada y de calidad, y en la publicación de más de 150 trabajos de calidad científica publicados desde mediados de la década de 1950 hasta 2002. Sus grandes campos de estudio fueron la teología de San Pablo, los evangelios sinópticos, los Salmos y más ampliamente la literatura sapiencial.
María Angélica Llona fue ayudante de él en Teología y recuerda lo estricto que era en clases, “sin embargo era de los pocos profesores que salía en el recreo a compartir con los alumnos. Ellos lo querían mucho y por supuesto que había mucha admiración”.
Guillermo Rosas ss.cc., actual vicedecano de la Facultad de Teología UC, dice que “la cosa más notable de Beltrán, es esa unión entre pasión e inteligencia. Siempre me impresionó que su inteligencia no era fría, no era ese tipo de inteligencia desapasionada, neutra, pesada, sino que era una inteligencia vivaz, muy sensible. Muy jugada por determinados ideales y valores en los cuales él creía. Por eso sus cursos de San Pablo se hicieron tan famosos, porque sabemos que San Pablo era un hombre muy apasionado –así se transluce en los escritos sobre él y de él, y también muy inteligente- y Beltrán sabía transmitir a San Pablo; su teología y su pensamiento de modo tan tremendamente convincente que algunos se reían de repente y decían que era el curso de san Beltrán dado por Pablo Villegas. Y uno se imaginaba a San Pablo cuando Beltrán lleno de pasión decía “¡me genóito!”,“¡de ninguna manera!”, que es una frase que usa Pablo en algunas de sus cartas para rebatir alguna idea. Esa unidad entre pasión e inteligencia era muy característica de Beltrán, lo más notable que tuvo y que nos deja como un testimonio muy hermoso de los dones que el Señor puso en él”.
En tanto Fredy Parra, ex decano de la Facultad de Teología de la UC, recuerda que “fue un hombre íntegro, un teólogo con toda su vida, conocedor cabal de la Biblia y de la tradición judeocristiana. Cultivador de saberes diversos en historia, filosofía, literatura y música, entre otras especialidades que enriquecían constantemente su pensamiento teológico. Un hombre sabio, con una sensibilidad ética y estética extraordinarias. Profesor fascinante e investigador apasionado, capaz de sorprendernos con finas traducciones de los Salmos, de explicarnos el pensamiento de San Pablo, como si el mismo Pablo estuviera hablando en sus clases, e incluso de compararlo con Neruda a propósito de la muerte y de la resurrección. Entusiasmaba con la lectura de los evangelios y nos conmovía con sus charlas y textos sobre las Bienaventuranzas o sobre el Reino de Dios en la predicación de Jesús. Su sabiduría nunca lo alejaba de nosotros, porque a la vez era sencillo y cercano, cariñoso, disfrutando pequeñas y grandes cosas, gozando ricos sabores, emocionado con una ópera y alegrándose ante una bella flor naciendo en el jardín de su casa. En una palabra, un maestro, que me enseñó el amor por la teología y, sobre todo, por la vida compartida en medio de los dolores y esperanzas que siempre nos acompañan”.
Llegando a los 80 años de edad comenzó una dolorosa cadena de enfermedades. En junio de 1997 fue operado de un tumor canceroso. En agosto de 2000 sufrió un accidente vascular cerebral, que lo dañó hondamente. En julio de 2002 fue atropellado por un autobús, perdiendo la mitad de un pie. En razón de su decaído estado de salud fue trasladado a la comunidad de hermanos mayores de la Casa Provincial en el año 2004.