Domingo 30 de junio

Por Alberto Toutin ss.cc.

1 Re 19, 16b.19-21; Sal 15; Gal 5, 1. 13-18; Lc 9, 51-62

Las lecturas de hoy nos ponen ante llamadas urgentes y que cambian la vida. Hoy vivimos en la urgencia de los llamados y mensajes que nos llegan al celular… pero poco de esos llamados nos cambian la vida.

El manto de Elías

Pocos relatos de la Biblia se presentan con la urgencia del llamado de Elías a Eliseo. Este se encuentra arando la tierra. De repente, un hombre, Elías, hace un gesto, sin palabras, que le cambiará la vida a Eliseo. Elías le lanza su manto. Eliseo reconoce inmediatamente de qué se trata. Corre tras Elías, pues se trata de seguir al profeta. Y para ponerse a su disposición y sobre todo estar disponible para el Dios que quema el corazón de Elías, hay que dejarlo todo y ponerse en camino. Eliseo quiere despedirse de sus padres. El nuevo camino que se le abre lo alejará de la seguridad de los suyos, tal vez para siempre. Y tras despedirse de los suyos, Eliseo responde al gesto de llamado de Elías con otro gesto, esta vez de comunión. Mata un par de bueyes y los asa. ¡imagínense lo que significa como asado dos bueyes enteros! Luego lo comparte con el pueblo para que coma. En ese gesto que habla más que mil palabras, Eliseo dice que de ahora en adelante su vida está al servicio de su pueblo. Elías iniciará a Eliseo en el amor ardiente a Dios. Desde esta aventura, Eliseo podrá entonces acompañar y formar pacientemente a su pueblo para que sea lo que está llamado a ser, pueblo que pertenece a Dios.

La urgencia del Reino

El evangelio hoy nos muestra a Jesús, de camino a Jerusalén. Esto le cuesta la misma vida. El texto nos dice que Jesús endureció su rostro como un pedernal para ir a la ciudad santa. De algún modo intuye que su vida entregada al servicio del Reino se consumará violentamente en la cruz.

La misma urgencia y radicalidad que hay en su corazón, Jesús la hace sentir a los que él llama a su seguimiento. Para Jesús el anuncio del Reino de Dios presente con sus gestos y con sus palabras, empeña su vida entera. Es un llamado urgente ante el cual incluso el deber sagrado de dar sepultura al padre, es postergado. ¿Es razonable Jesús? ¿No ha perdido la cabeza, como lo pensaban algunos de su familia? ¿Qué puede ser tan urgente que incluso dar sepultura al padre es secundario? Nos encontramos ante las palabras tal vez más radicales y exigentes del Evangelio. Nos asomamos también a lo que había en el corazón de Jesús y con lo cual se identificaba: el amor incondicional de Dios, su padre, y la búsqueda incansable de su querer por el bien de todos sus hijos e hijas. Solo un amor de esta envergadura puede exigir el dejar la familia de sangre, el renunciar al amor marital y formar una propia familia, el ir ligero de equipaje tras las huellas de Jesús y el escrutar los acontecimientos a la luz del Dios que está reinando en medio de nosotros.

Libertad liberada

Pablo que es un gran conocedor del alma humana, de sus aspiraciones y de sus límites, confiesa en una expresión densa de significación: “Cristo nos ha liberado para la libertad”. Sabe que en nuestro interior hay tensiones: hacemos el mal que no queremos y no hacemos el bien que queremos. Pablo sabe también que si nos abandonamos a nuestras propias fuerzas, nos convertiremos en el principal obstáculo para nuestras más grandes aspiraciones al amor, a la paz, a la justicia. Necesitamos una mano que se nos tienda y que arranque de nuestros corazones los miedos, las cobardías que nos acechan y sane las heridas que nos impiden amar como anhelamos. Cristo viene a liberarnos de nuestros lastres y sana nuestra libertad. Como en las imágenes del Cristo Resucitado que desciende a los infiernos y toma de la mano a Adán y Eva y en ellos a toda la humanidad, anhelando ser liberada para encontrarse con Dios y la creación reconciliada con él.

Podemos pedir al Señor Jesús que allí donde sentimos que el Evangelio nos queda grande, nos dé la inteligencia y el ardor del corazón para descubrir, siguiendo sus huellas, el amor de Dios Padre. Que él sea entonces y cada vez más el centro de nuestra existencia, el fundamento sólido de nuestro actuar y el horizonte de nuestra libertad. Solo quien se deja encontrar por el Señor y hace suyas su mirada y sus criterios, descubrirá la alegría que atraviesa toda su vida, incluso en las horas oscuras y en la dificultad. Su secreto es simple: “El que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará”, “Hay más alegría en dar que en recibir”. Perderse para ganar, darse más que recibir. Aquí está la aventura de la libertad según Cristo.

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