Cuando el gesto lo dice todo

Por Comunidad Diego de Almagro

El domingo recién pasado vivimos el momento culmen de la fiesta de la Virgen del Carmen en Diego de Almagro. La Virgen de La Gruta es llevada de regreso a su casa, después de haber acompañado la fiesta por más de una semana. Es un momento que combina la alegría y la nostalgia porque el fin de la fiesta está cerca.

Es un ritual lleno de gestos en el que las palabras sobran. No hay nada que decir, no hay nada que explicar, no hay nada que introducir.

Los bailes religiosos se forman, uno detrás de otro, y se dirigen bailando hacia el cerro donde se encuentra la gruta. Cuando la Virgen ya está cerca se le hace una calle por la que pasa, mientras todos la saludan con sus manos, sus pañuelos, con la música y la danza. La Virgen entra primero por el arco que se ha preparado en la parte baja del cerro. En ese momento se la gira para que suba el cerro mirando a sus peregrinos.

Uno a uno los bailes van subiendo, siguiendo a la Virgen, acompañando a los integrantes que pagan sus promesas. Algunos suben de rodillas, otros con los pies descalzos. El baile los rodea, como protegiéndolos. Nadie se apura, todos avanzan al ritmo del más lento. La manera como se paga la promesa es completamente personal: no hay un discernimiento colectivo, no se anuncia, no se pregunta. Cada uno hace su gesto sin palabras, sin explicaciones, en una intimidad maravillosa con la Virgen y con el Señor.

Algunos suben de rodillas y con flores en las manos. Algunas mamás (o los papás) van de rodillas mientras sus hijos pequeños y sus esposos las acompañan llevando un ramo de flores. Las miran, las abrazan, las esperan. Es interesante la serenidad de todos a pesar de que algunas/os de las promesantes hacen claros gestos de dolor, dando la impresión de que están a punto de colapsar. Se les lleva agua, se les alienta. Nadie piensa en interrumpir la promesa.

El momento en que el promesante llega a los pies de la Virgen es muy emocionante. Los tambores y cajas tocan más fuerte. Irrumpe la emoción y el llanto, los amigos y familiares toman a la persona de los brazos y la levantan, la abrazan. Se pone a los pies de la Virgen las flores o algún regalo especial. Algunos se desmayan y son llevados por los bomberos para ser atendidos. Minutos después las personas reaparecen contentas, sin señales de todo lo dramático que han vivido, sin gestos de dolor, con la satisfacción de haber cumplido. Pero todo es sin palabras, sin explicaciones… solo con gestos.

Así es la religiosidad popular que habla a través de las cosas, que alaba con los gestos y los objetos. En el rito la materia se transfigura y se torna plegaria, grito, gesto de ternura, desesperación, esperanza, gozo.

Y ahí estamos los intelectuales tratando de descifrar lo que vemos: de ponerle conceptos, intentando comprenderlo todo desde la racionalidad. Criticando aquello que consideramos indebido. Echando de menos el sermón. Escandalizándonos por los gestos que implican dolor. En definitiva… no entendiendo nada.  Más que entender, simplemente hay que dejar que todo lo que ocurre resuene en nuestro cuerpo (algo así como una “comprensión por resonancia”, que supone una sintonía de la frecuencia de lo que pasa con nuestra propia frecuencia); que la música se nos cuele por los oídos y llegue al corazón, para entender cómo el rito se parece a esos gestos de enamorados que están juntos abrazados, haciéndose cariño, tomados de la mano; celebrando a veces, sufriendo otras, pero amándose siempre… prescindiendo de las palabras.

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