Adolfo Etchegaray ss.cc.: ejemplo de perseverancia, coherencia y fidelidad

A las 11 de la mañana de este jueves, se celebró una eucaristía en memoria del religioso y presbítero ss.cc. Adolfo Etchegaray Cruz, en la parroquia La Anunciación, en Santiago, fallecido el martes 10 de septiembre. Hasta allí llegaron sus sobrinos, su hermano Alfredo, su cuñada Josefina y los colaboradores de la casa provincial de Sarmiento donde vivió los últimos años, para darle un sencilla y sentida despedida.

Compartimos aquí la homilía del Superior Provincial de la Congregación de los Sagrados Corazones, René Cabezón, quien presidió la eucaristía en compañía de más de veinte hermanos religiosos.

Homilía pascua Adolfo Etchegaray ss.cc.

“Acuérdate de JC, que resucitó de entre los muertos”… “esta es la Buena Noticia que yo predico,” (2Timoteo 2,8), … “esta doctrina es digna de fe: Si hemos muerto con él, viviremos con él./Si somos constantes, reinaremos con él”.

Estas palabras de Pablo parece que son dirigidas a nuestro hermano Adolfo.

Nuestro hermano, religioso y presbítero ss.cc. Adolfo, fue un hombre que desarrolló una vida de erudito en temas de filología en las lenguas clásicas como el latín y el griego, dedicándose de corazón y de manera rigurosa y sistemática por 40 años en la Universidad Católica de Valparaíso, zona costa a esta docencia, lugar vivió por más 66 años ininterrumpidos como sacerdote y 73 años desde que entró en Los Perales del Quilpué (novicio del año 1943). ¡Tres récords difíciles de lograr! Esto expresa un primer rasgo de su personalidad, un hermano sistemático y perseverante en sus propósitos y su vocación.

Se caracterizó por ser un hombre sereno y afable, dentro de una humildad notable.

De su vida ministerial puedo destacar –como fuimos testigos los que lo conocimos- que fue un hombre de bajo perfil sin igual, tímido e introvertido, por cierto, que no pretendió nunca hacer aspaviento de lo que sabía y enseñaba. Toda su vida, estuvo marcada por la docencia, vocación que descubrió en su tarea de profesor en el escolasticado de Los Perales, donde hizo clases por 4 años (1956-1959). Sus escritos e investigaciones muestran su gusto por la historia y la catequesis, desarrollando significativos trabajos de historias de la Congregación y de la Catequesis. Estos fueron otros dos mundos que lo movilizaron.

Realizó exhaustivos trabajos de la historia de la Congregación en Chile. El texto de la estampita de recuerdo que se les regalará de Adolfo en esta misa, expresa su deseo de académico y maestro, para acoger y actualizar la transmisión de la fe que generó el Concilio Vaticano II: “La Iglesia de Cristo debe estar siempre atenta a las condiciones concretas en que se realiza la proclamación del mensaje. Si estas cambian, ella también debe modificar sus métodos. Cuando el resultado es pobre, o sea, cuando por la mediación esencial de Cristo y del ministerio histórico de la Iglesia, el Reino de Dios o no crece o se empequeñece, los pastores han de interrogarse con sinceridad. De ahí que, a lo largo de la historia de la catequesis hayamos encontrado sucesivas renovaciones. Cada una de ellas, de acuerdo con el horizonte del momento, se esfuerza por perfeccionar la transmisión de esa “palabra” que opera la santidad” (Historia de la catequesis).

Otro rasgo que lo acompañó toda su vida, fue la de lector empedernido. Hasta antes de su repentina enfermedad pulmonar -de solo dos semanas- que lo llevó a la muerte, fue un incansable lector. No me atrevo a decir cuántos libros leía semanalmente, pero que era el visitador top de nuestra biblioteca, no cabe duda. Sábado y domingo bajaba a la biblioteca de la que tenía su propia llave y era el verdadero dueño de casa. Leía de un cuanto hay y le gustaba estar informado y opinar de la realidad con soltura y profundidad. Pero, con la misma libertad, reconocía con “asombro” lo que no sabía y se admiraba de los cambios que se daban en el mundo de hoy, aunque él ya los miraba y admiraba, pero no los podía seguir. Por lo mismo, era un observador silencioso, y buen descriptor de lo que lo rodeaba.

También Adolfo era un hombre de rutinas y apegado a su modo de vivir, de celebrar la liturgia, sus devociones. Fiel al rosario y al breviario. Estos días de enfermedad se excusaba que solo había podido rezar dos rosarios en reemplazo del breviario.

Quiero dar testimonio aquí que en estos últimos años había desarrollado una veta muy servicial -que lo sacaba de sí y su mundo intelectual- que lo llevaba a estar atento como un hermano mayor de la casa con sus otros hermanos menos autónomos. Siempre con una palabra oportuna de apoyo, de preocupación y estimulo por el otro. Podemos darle gracias a Dios por este hermano bueno y fiel que hasta el final estuvo apegado a una fe madura e ilustrada.

En sus vínculos con su familia, siempre estuvo atento a la salud de su último hermano Alfredo y su esposa a quienes visitaba periódicamente.

A pesar de los 93 años nos deja con sensación que podía haber estado un tiempo más con nosotros, pero también nos alegra que el Señor le haya regalado una rápida partida que cerró su paso en medio de nosotros como vivió, procurando no molestar.

San Pablo nos decía que debíamos “acordarnos de Jesucristo, que resucitó de entre los muertos”, y que “esta es la Buena Noticia que yo predico,” (2Timoteo 2,8) Y afirmaba que, “esta doctrina es digna de fe: Si hemos muerto con él, viviremos con él./Si somos constantes, reinaremos con él.

Hermano Adolfo, el Señor de la vida que resucita a los muertos a quien dedicaste tu vida, y fuiste un “constante” discípulo te recibe como uno de los suyos. Pues supiste ser fiel con los talentos que te dio con una personalidad tan introvertida, pero que supiste trabajar y superar movidossolo por el celo apostólico de anunciar el Amor de Dios, revelado en Jesucristo, y que un lejano 1943, al ingresar como religioso ss.cc. al noviciado, y un año después al profesar tus primeros votos religiosos, eso ya hace 75 años recién cumplidos en junio de este año. Así en medio de lo líquido de los compromisos del mundo de hoy envuelto en tantas crisis, alumbra tu vida como ejemplo de perseverancia, coherencia y fidelidad que nos lleva a agradecer a Dios por esos votos religiosos de castidad, pobreza y obediencia, profesados en la Congregación de los SS.CC. de Jesús y de María, “donde quiero vivir y morir”. En el nombre de Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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