Domingo 20 de octubre

Por Beltrán Villegas ss.cc. (‌)

Ex 17,8-13; 2 Tim 3,14-4,2; Lc 11,37-41

Sin duda alguna el tema predominante en las lecturas de este domingo es el de la perseverancia en la oración: las imágenes de Moisés con sus brazos extendidos a pesar del cansancio, y de la viuda que, con su perseverancia fastidiosa, logra «quebrarle la mano» al juez que «no temía a Dios ni respetaba a los hombres», son imágenes de enorme eficacia para dejarnos una idea clara sobre la importancia de no desanimarnos en nuestra actitud de súplica ante Dios.

Y pienso que Jesús, al llamarnos a «orar siempre», «sin desanimarnos», apuntaba sobre todo a la oración de intercesión, es decir a la que hacemos, no por nosotros mismos, sino por causas mayores que nuestros intereses personales. Más aún: pienso que Jesús quiere que se haga oración en nosotros ese clamor sordo de quienes se encuentran en una situación objetivamente injusta, pero no saben, no pueden o no quieren expresarlo como una plegaria al que es – aunque no lo sepan – el Padre de todos ellos. Y creo, en todo caso, que, si no somos conscientes de las injusticias que estructuran nuestro mundo, jamás podremos hacer nuestra con toda su carga real la petición que Jesús puso en nuestros labios para pedirle a nuestro Padre: «Venga a nosotros tu reinado». Así como Moisés convertía en oración la lucha de los israelitas en Refidim, así los cristianos tenemos que convertir en oración las necesidades y sufrimientos de nuestro mundo.

Hoy estamos llamados a convertir en oración 1) la situación de los que no conocen a Cristo y 2) la situación de los que han dejado familia y país para revelárselo como buena noticia a los que no lo conocen.

Nuestra oración por los que no conocen a Cristo (los 3/4 de la población mundial) solo puede ser auténtica si para nosotros mismos conocer a Cristo es una maravilla que llena todos los horizontes de nuestra vida, haciéndola gozosa y radiante, llena de sentido y contagiosa (cf. Flp 3, 7-14)

Y nuestra oración por los que trabajan por sembrar la semilla del evangelio en ambientes ajenos tampoco será genuina si no somos nosotros mismos conscientes de que la difusión del evangelio en nuestro ambiente nos corresponde a todos. Es contradictorio decir que uno es discípulo de Jesús, pero no portador responsable de su propia misión.

Ir al contenido