Por Diac. José Manuel Borgoño
Is 7,10-14, Salmo 23, Rom 1,1-7; Mateo 1,18-24
“La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien le pondrá el nombre de Emanuel (Dios con nosotros)”.
Dios entra personalmente en la historia del hombre, por puro amor, a través de su integración al devenir humano, de forma milagrosa (la Virgen concibió), pero fue necesario su “sí” humano.
Es la culminación, pero también la muestra de cómo Dios se relaciona con nosotros en nuestra historia. Confía y realiza las cosas con nuestra participación, a ejemplo de esto se nos muestra en el evangelio de Mateo, el protagonismo de José de quien se dice era un “hombre justo” e “hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado”. Y gracias a su decisión y acción, la historia de salvación iniciada podía seguir su curso.
Cada uno de nosotros, al igual que José, es también llamado a escuchar la voz de Dios, y como José, ser un hombre justo que se dispone y colabora con el plan salvador de Dios.
En esta Navidad que ya se aproxima, también nosotros experimentemos este renacer que nos recuerda que tenemos una tarea encomendada y que de la cual dependen muchos otros, quienes son imposibles de visualizar ahora mismo; pero que la están esperando.
La buena noticia, el evangelio, es que Dios nos ama intensa y misericordiosamente, que no somos descartables, ni Dios construirá su Reino sin que nos pida nuestra colaboración.
Lo que nos pide Jesús cambia profundamente nuestros limitados planes y los cambia por otros muy superiores, aunque a veces, tal como le sucedió al pueblo de Dios, añore la vuelta atrás, pero a la vista de la tierra prometida, todos nuestros resquemores y sinsabores quedan en el olvido, como una parturienta que luego del nacimiento olvida los intensos dolores del parto al contemplar a su hijo recién nacido.
Nuestra acción es muy importante, pues hará que otros que estaban parados a la vera del camino con el rumbo perdido, retomen la senda y se pongan a caminar siguiendo la voluntad de nuestro padre Dios.
Nadie sobra ni deja de tener un lugar en la construcción de una sociedad más fraterna y justa. Somos las manos y los pies de un Dios amoroso que quiere llegar a todos. No teman, Dios conduce nuestra historia y la historia, por caminos a veces difíciles y algunas veces hasta incomprensibles, pero tenemos la seguridad de que él camina con nosotros.
En estos momentos difíciles de crisis que vive nuestro país, se hace aún más importante que los cristianos sepamos difundir la buena nueva del evangelio de Jesús con nuestro actuar responsable y alegre, que nos lleva a ver en lo que sucede, oportunidades para conformar un mejor país, integrado, donde nadie se sienta descartado y seamos solidarios y empáticos especialmente con los más desfavorecidos.
Esta Navidad, en que la familia se junta en torno al pesebre, conversemos sobre nuestra vida, como el Señor está presente en todo nuestro quehacer cotidiano, y de qué manera podemos aportar para acrecentar nuestra fe en nuestra comunidad chilena golpeada por los acontecimientos violentos y desconcertantes, ocurridos últimamente, llevando a ellos las certezas del amor de Dios a cada uno de nosotros.
El Señor nos envíe su Espíritu Santo para que nos ilumine y fortalezca.