Domingo 2º de Navidad. Epifanía del Señor

Por Cristian Sandoval ss.cc.

Is 60, 1-6; Sal 71; Ef 3, 2-6; Mt 2, 1-12

La fiesta de la Epifanía del Señor se nos presenta en este primer domingo del año como una buena oportunidad para reflexionar acerca de cómo mostramos a Jesús al mundo y la sociedad que nos toca vivir.

A partir del despertar social que estamos viviendo y frente a los desafíos que este dos mil veinte nos presenta se hace más válida que nunca la pregunta por el rol que los cristianos tenemos.

Jesús que nace en Belén en el anonimato rápidamente es descubierto como el Mesías que acoge y se manifiesta a toda la humanidad. La noticia del “Emmanuel”, del Dios hecho hombre no se puede quedar en una anécdota, sino que es el elemento central de todo juicio y discernimiento en nuestros días, pues es Dios mismo quien asume nuestra humanidad y proclama que nada de lo contingente le es ajeno. Su anuncio del Reino es buena noticia para TODOS y TODAS, para la creación misma. Por eso su palabra tiene que estar presente en el nuevo país que queremos construir.

Pero no es cualquier anuncio, en el corazón de esta Epifanía, está la voluntad expresa de no excluir a nadie. Nadie puede quedar fuera de este anuncio. Dios se ha acercado a toda realidad.

Nuestra tarea entonces se nos presenta como un desafío enorme, ¿Cómo anunciar esta voluntad? ¿Cómo recordarle a una sociedad que cada vez más se aleja de una Iglesia herida por su pecado? ¿Cómo seguir como comunidad de creyentes afirmando porfiadamente que Jesús sigue siendo buena noticia para nuestro país?

Es hermoso notar que en este evangelio Jesús no habla, es un niño pequeño, que simplemente está, recibe y desde su pequeñez se deja contemplar y acoge con amor a quienes se acercan.

Pidámosle al Señor que este tiempo sea para nosotros un tiempo de acoger al otro, de recibir a quien piensa distinto, a construir juntos un país mejor, mas diverso y tolerante, donde nos sorprendamos descubriendo la presencia de Dios allí donde menos lo esperamos.

Texto: Paula Richards- Música: Cristóbal Fones, SJ

Nuestro barro brilla luminoso,
nuestra carne canta estremecida,
nuestra historia no es irreparable,
nuestra muerte no es definitiva.

El Verbo se hizo carne
y puso su morada entre nosotros.
Jesús, Señor, el Emanuel,
tu amor salva nuestra vida.

Nuestras penas encuentran tu consuelo,
nuestra soledad, tu compañía,
tu perdón funde mi pecado,
tu ternura sana las heridas.

Nuestra búsqueda tiene tu horizonte,
nuestro anhelo se llena de esperanza,
nuestros sueños encierran mil promesas,
se sacian los deseos y se ensanchan.

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