Ecl 15,15-20; 1 Cor 2,6-10; Mt 5,17-37
Por Eduardo Pérez-Cotapos L.
El extenso texto evangélico que hoy nos ofrece la liturgia parece tocar muchos temas; muchos asuntos complejos. Además, es un texto que posee una honda impronta de la teología propia del evangelista Mateo, que presenta un enfoque global para entender la obra salvífica de Jesús. Pero si miramos con mayor detenimiento podremos constatar que finalmente todo se refiere a un mismo y único tema, que el texto desarrolla en dos pasos.
El primer paso es la fuerte afirmación de Jesús: “No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento”. El verdadero discípulo de Jesús no es el que ha eliminado todo precepto o norma, porque no ha sido esa la misión de Jesús. De hecho, en Mateo a quién no cree en Jesús se lo denomina “ánomos” = sin Ley. Jesús no ha venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Y el punto clave está en que el verdadero cumplimiento de la Ley no se puede reducir al exacto cumplimiento exterior, objetivo, formal de la Ley. El verdadero cumplimiento es lograr la meta de justicia y vida plena que buscaba la Ley. Y esta meta de justicia, además de cumplir con lo mandado, debe ir más allá. Debe buscar un “cumplimiento radical” de la Ley: que parta de la raíz, que da sentido a la norma; y alcance la raíz del corazón humano, que da calidad a nuestro actuar.
La segunda afirmación fundamental de Jesús es: “Les aseguro que, si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos”. Aquí entramos en polémica con los fariseos. Ellos se consideraban los más fieles cumplidores de la Ley porque de verdad la estudiaban y se esforzaban por cumplirla del modo más exacto y objetivo posible. Pero el juicio de Jesús es muy diverso. Para cumplir la Ley en plenitud es indispensable comprometerse por entero, en una dinámica de radical profundización de las normas. Esta es la justicia superior a la de los escribas y fariseos.
Todos los ejemplos concretos que vienen a continuación apuntan en ese sentido. No basta con “No matar”; el desafío es no enfurecerse contra el hermano ni insultarlo. Y esto vale más que todas las acciones cultuales. No basta con “No adulterar”; es indispensable cuidar una mirada limpia y pura sobre la mujer, que no la reduzca a ser un objeto de turbios deseos eróticos. No basta con “No jurar en falso”; sino que se debe cultivar un modo de hablar sincero, claro, leal y directo.
Nuestra justicia, ¿es superior a la de los escribas y fariseos? ¿O, por el contrario, apoyándonos en el amor de Jesús, nos creemos autorizados para dispensarnos de toda norma?