Cuarto Domingo de Cuaresma 2020

1 Sam 16,1b-7.10.13ª; Ef 5,8-14; Jn 9,1-41

Esta lectura nos nuestra la experiencia de un ciego de nacimiento, que proviene de una familia de las mismas condiciones, esto me hace pensar en nuestras crianzas en las cosas que nos enseñaron en nuestro seno familiar, que normalizamos que vivíamos en una cultura del siempre ha sido así, tantas situaciones que se permitían, que aceptábamos que no nos atrevíamos a ver, ha sido una ceguera entregada por herencia aceptando estas situaciones de injusticia, de vida indigna, de acostumbrarnos a ver el dolor y peor de normalizándolo. Pero el evangelio nos pone con la figura de Jesús y sobre todo su condición, yo soy la luz, una luz para ver donde está oscuro.

El ciego por su lado nos nuestra lo que va provocando su ceguera, lo ha llevado a su condición más baja y sola pedir limosna para sobrevivir, porque sencillamente no posee la condiciones para poder vivir más independiente, su condición lo lleva a estar marginados, ser la persona a la vereda del camino, aquella indigente que nadie quiere ver, y cuantas veces nos sentimos ciegos, marginados, excluidos cuando no somos capaces de reconocer en nosotros la luz que nos regala Jesús.

Por otro lado están los fariseos quienes tenían que verificar el milagro, y ellos en su legalidad se quedan con que la situación ocurre en sábado sin mirar la ayuda que dio Jesús de liberar a una persona de la maldición familiar, porque su enfermad de alguna forma representa una maldición familiar ellos solo se quedan en la norma del respeto por el sábado, frente a este punto me pregunto ¿cuántas veces solo cumplimos con la legalidad, dejando de lado a las personas? Por ejemplo cuantas perdemos la oportunidad de estar con quien lo necesita por “tener” que asistir a cumplir algo por cumplir… un compromiso una situación, y dejamos de lado a la persona que lo necesita, ellos lo repiten… “ese hombre no viene de Dios, porque nos observa el sábado” esto debería cuestionarnos frente a nuestras propias normas y como ellas nos atrapan y nos dejan poco para el actuar.

Por otro lado el ciego va haciendo su propio proceso conversión; desde el reconocimiento de Jesús, desde lo descendente hacia lo ascendente. Lo llama Hombre porque lo sitúa en lo concreto desde la humanidad y de su procedencia condición que él la asumió por todos nosotros. Luego lo reconocer como Profeta, como el que nos enseña, el que nos muestra el camino al padre. Luego los padres del ciego lo reconocen como el Mesías no lo dicen pero lo asumen, sin embrago, insisten en que Jesús había faltado a la norma del sábado, pero el ciego pide que lo lleven donde ese hombre y en frente de él lo reconoce como el Señor en quien ahora cree.

Finalmente el evangelio termina con una frase dedicada a los judíos “si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: vemos su pecado permanece”, haciéndole entender que ellos si no son capaces de ver la realidad y sobre todo a quien tienen en frente no entenderán nada, y seguirían ciegos para siempre

Este evangelio nos invita a reconocer al Jesús desde todos sus títulos, como el Hombre, el Profeta, el Mesías y sobre todo el Señor, pero por sobre todo reconocerlo como la luz que nos ayuda a ver las injusticias, la vida indignas de tantas personas, la falta de salud, y tanto más que nos rodea, y que desde nuestra fe podamos librarnos de nuestra cegueras para estar con quien nos necesite, mas con las personas que con nuestras normas.

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