VI Domingo de Pascua

Jn 14, 15-21

Estamos entrando en la sexta semana de Pascua, y vemos que los textos nos van anunciando com cada vez más fuerza el cumplimiento de la promesa del envío del Espíritu Santo y preparar nuestro corazón para celebrar con alegría, una vez más, el regalo de su venida.

El Evangelio de este domingo nos sitúa en un momento clave en la vida de Jesús. Es la noche antes de su muerte. Jesús sabe que su misión está por terminar y, por lo tanto, se le acaba el tiempo para transmitirles a sus discípulos sus enseñanzas. Ahora debe apuntalar lo esencial, lo más importante. Es la noche del pan y el vino, la noche del lavado de pies, la noche de la promesa del Espíritu.  Es cuando, como pocas veces antes, les abre el corazón y revela lo que contiene su más profunda interioridad. Les quiere mostrar aquello que le ha motivado a lo largo de todo el camino, aquello que ha sostenido sus opciones desde el principio y lo que ahora le da la fuerza para estar dispuesto a dar la vida. Esto no es otra cosa que la fontal relación de amor con su Padre, lo que constituye la raíz de toda su existencia. Es lo que él vivió con tanta hondura y que llama a vivir a sus discípulos. El mandamiento del amor. En esa hora tan amenazante, lo fundamental es mantenerse firmes en el amor, el amor a Él, el amor mutuo. 

Jesús mira con ternura a sus temerosos discípulos, y siente la necesidad de transmitirles su cercanía y el consuelo anticipado para las horas difíciles que les sobrevendrán. El domingo pasado escuchamos como les decía  “no se inquieten, crean”, este domingo Jesús se compromete  “no les dejaré huérfanos, volveré com ustedes”. Jesús insiste en el amor, porque sabe que es lo único que los mantendrá unidos y que mantendrá viva la esperanza, porque el amor es precisamente la experiencia de que la promesa sigue en pie, porque, a pesar que pareciera que ya nada se puede hacer, todavía se puede amar, y quien ama nunca está en soledad pues “en el amor sabrán que yo estoy en mi Padre, y ustedes en mi y yo en ustedes”. Jesús quiere asegurarse que, en medio del dolor, sigan confiando que Él no les abandonará, porque su propio Espíritu permanecerá en ellos.

Es impresionante cómo, en las horas más oscuras, nuestro Dios anhela ardientemente  mostrarnos su cercana presencia. Así como aquella noche previa a la cruz, en éste, nuestro presente, que tantas veces tiene sabor a Getsemaní, Jesús vuelve a abrirnos su corazón, a comprometerse con nosotros y a decirnos “no se inquieten, no les dejaré huérfanos… yo sigo viviendo”. Y nos impulsa a amar. En medio de esta pandemia, cuando nos pareciera que queda poco por hacer, todavía se puede amar, amar a nuestras familias, amar a nuestros vecinos, y poco a poco, encontrar formas creativas de acompañarnos mutuamente, de servirnos mutuamente, especialmente a quienes más están sufriendo.

Jesús vuelve a llamarnos a confiar en que la última palabra la tiene el amor, que es la presencia de su espíritu alentándonos  a mantener viva la esperanza. 

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