Mujer, que grande es tu Fe…. (Mt 15,21-28)

Escuchando el relato del evangelio me imagino estar en ese camino, siendo parte de esa escena y sentir fuertemente esos gritos de la mujer cananea, así como los reclamos de los discípulos y veo a Jesús en esta encrucijada en que lo pone su paso por Tiro y Sidón, y me hace pensar en las veces en que nosotros hemos estado en esa misma encrucijada, ya sea personalmente o como sociedad, en la duda de: ¿qué respuesta es la que hay que dar? ¿qué es lo correcto a realizar? ¿seguir en lo que creemos debe hacerse o ampliar la mirada desde la fe?…

Y veo en la mujer cananea un símbolo de los tiempos actuales, una mujer que lleva en su voz la angustia del sufrimiento, una voz que nos interpela por las tantas personas que han visto que su dignidad no ha sido respetada, que han sufrido enfermedad, dolor, violencia, carencias, abusos, etc; y que claman por nuestra ayuda y compasión. Voces que la sociedad muchas veces quiere callar o bien ignorar, sin embargo, ellas siguen ahí esperando nuestra respuesta, nuestra conversión.

Muchas veces asumimos la actitud de los discípulos: “solucionemos rápido para que no haya escándalo”, “evitemos el qué dirán”, “no nos hagamos problemas”, sin embargo, la realidad exige actitudes y respuestas más radicales que evitar el simple comentario social. Por el contrario, Jesús vive muy atento a la vida, y es ahí donde descubre la voluntad de Dios, es en el día a día, donde abre su corazón al sufrimiento de la gente y escucha la voz de Dios, que lo llama a aliviar su dolor…

Las voces siguen ahí… la mujer cananea, se postra delante de Jesús y le hace ver que no sólo hay fe en los elegidos de Israel, que también ella lleva la fe en su vida, y Jesús es interpelado por su voz y actitud, su respuesta nos revela su humildad y su grandeza: “Mujer que grande es tu fe…”. Sin duda, el gesto y las palabras de esta mujer pagana siguen resonando en nuestras vidas, así como debieran conmovernos las palabras y actitud de Jesús, al comprender que el Reinado de Dios en el mundo no tiene fronteras, que el Padre bueno está por encima de las barreras étnicas y religiosas que trazamos los humanos, y, que Dios abre sus brazos a todas las culturas y personas.

En los tiempos actuales es nuestro desafío integrar lo nuevo, lo distinto, integrar a aquellos diferentes, a quienes vienen de mundos que desconocemos, pero que en esencia poseen la misma dignidad. Son tiempos de reconocernos ciudadanos del universo, hermanos y hermanas en este peregrinar por el mundo.

Que el mensaje del evangelio de hoy no se nos olvide, en este siglo de demandas por el respeto y la dignidad, en manos de mujeres que tejen la historia. Cultivemos en nuestro corazón el que seamos capaces de reconocer como Jesús, que la fe no debiera separarnos, sino más bien unirnos, y, que por sobre las diferencias, está lo que nos une como personas, la dignidad de ser hijos e hijas de un mismo Padre.

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