Hay varios puntos importantes de rescatar en este evangelio, pero el fundamental (para mi) es que Dios mandó a su hijo único al mundo para que los que creamos en él tengamos vida eterna, es decir que con la muerte y resurrección de Jesús pudiéramos entender que luego de esta hay otra vida, y una vida regalada solo por su gracia y misericordia, una vida plena que nos espera donde nos encontraremos cara a cara con el Señor y además con todos los que ya han partido.
Lo que, en este tiempo de pandemia, en que la muerte se nos ha acercado de forma aterradora, nos consuela, porque tenemos la certeza de que la vida no se acaba aquí, viene otra, una verdadera de felicidad, paz, cercanía extrema con el Señor y encuentro con familiares, seres amados.
Como dice el escritor espiritual, Henri Nouwen “el conocimiento de que Jesús vino a vestir nuestros cuerpos mortales con inmortalidad debe ayudarnos a desarrollar un deseo interior de nacer para una vida nueva y eterna con Él, y estimularnos a encontrar los medios para estar preparados para ella”, esto es acercarnos a su palabra, darnos tiempo para Él, hacer silencio, poder verlo en los otros, acercarnos a los que nos necesitan. Cada persona debería estar siempre pendiente de buscar la forma que lo acerca al Señor y lo prepara para esta vida eterna.
Otro punto rescatable, es que los que creemos en Jesús, porque tuvimos el regalo de tener fe, de ver su luz y seguirla debemos permanecer en ella. Sabemos que hay muchas ocasiones en que nos alejamos de su camino, la invitación de hoy es a volver a esta luz, volver a su camino y compartir nuestra creencia en Jesús, llevar su luz a los que no la tienen, a los que se les ha debilitado.
Mostrar a Jesús a los que no han tenido aún la posibilidad de conocerlo, o quizás la han perdido. O no han podido creer el Él y seguir su palabra. Los que aún creemos tenemos que trasmitirlo con hechos, con actitudes, que nuestra unión a Él se vea, para que otras y otros puedan tener también el regalo de la vida eterna.