Este viernes 9 de abril se cumple el 22º aniversario del fallecimiento del cardenal Silva Henríquez. Ante esta conmemoración, La Fundación que lleva el nombre de don Raúl, junto con la Congregación salesiana y la Universidad Católica Silva Henríquez quieren relevar su figura para el Chile de hoy.
“Mi palabra es una palabra de amor a Chile. He amado intensamente a mi país. Es un país hermoso en su geografía y en su historia. Hermoso por sus montañas y sus mares, pero mucho más hermoso por su gente. El pueblo chileno es un pueblo muy noble, muy generoso y muy leal. Se merece lo mejor. A quienes tienen vocación o responsabilidad de servicio público les pido que sirvan a Chile, en sus hombres y mujeres, con especial dedicación. Cada ciudadano debe dar lo mejor de sí para que Chile no pierda nunca su vocación de justicia y libertad” (Cardenal Raúl Silva Henríquez).
Con sus mismas palabras vale la pena recordar al Cardenal Silva en un nuevo aniversario de su Pascua de Resurrección. Su figura es parte del cierre de un siglo y de un milenio de la historia humana y apertura de tiempos de recordar su legado profético de espiritualidad, ética y pastoral.
En una mañana del comienzo del otoño santiaguino el pueblo con los pañuelos blancos y entre lágrimas y emociones se volcó a las calles para brindarle un último saludo. Más de 20.000 ejemplares de su Testamento Espiritual se distribuyeron por las calles y con el coro de: Raúl amigo, el pueblo está contigo su “Palabra de amor a Chile» comenzaba a ser parte viva de su misma historia y parte de nuestra memoria que se vivifica con la solidaridad y la generosidad de su legado.
Un pastor y un amigo dejaba el escenario de una Iglesia y una sociedad que por largos años había servido con aquella urgencia que quiso estampar en su logo episcopal: “Caritas Christi urget nos” (la caridad de Cristo nos urge). El amor y la urgencia: dos dimensiones para él inseparables.
La caridad del Evangelio, unida a la solidaridad fueron dos respuestas para que en el país los odios fuesen bajando de intensidad y no destruyeran el alma del pueblo que describe en su Testamento como noble, generoso y leal.
La urgencia cuando en nombre del Evangelio tuvo que defender la libertad de hombres y mujeres amenazadas por la confrontación de la lucha ideológica, el temor, el horror y la violencia.
La urgencia también para dar respuestas a los cambios de la modernidad que marchaban hacia una sociedad liberal que se instalaba en el país con fuertes previsiones de crecimiento económicos y, sin embargo, con nivel de justicia social, equidad y solidaridad muy pocos claros y, por cierto, que se alejaban de aquella concepción cristiana del país. Fruto de este apuro son varias de sus numerosas Obras que hasta hoy continúan con su legado en los campos de la educación en todos sus niveles, la salud, el derecho, la protección a los migrantes y a los más pobres.
El amor por el prójimo no puede esperar
Hoy las incertidumbres del día a día por la salud personal y de todos hace evidente las turbulencias de una economía que con dificultad logra integrar la preocupación del cuidado del medio ambiente y la realidad que viven los más marginados. Su palabra y su fuerte compromiso en esos años resuenan hoy como un ejemplo fuerte para volver al Buen Samaritano que se hace cargo no solo del auxilio inmediato del herido a quien socorrió, sino de su curación y recuperación total disponiendo de los medios necesarios para ello.
Es esta la fraternidad que también hoy reclama el Papa Francisco: que el mundo entero debe enfrentar la nueva normalidad post-pandemia para que sea un ambiente en que los buenos propósitos que seguimos soñando en las prolongadas cuarentenas, vean los tiempos adecuados para la llegada de una humanidad que recupere la centralidad de Dios, de la solidaridad y de la dignidad de toda persona.
Fuente: www.iglesia.cl