La Congregación de los Sagrados Corazones también está presente en la República Democrática del Congo con diferentes obras misioneras. Jean Blaise Mwanda, sacerdote congoleño y actual consejero general de la Congregación, por estos días de visita canónica en Chile, explicó lo que hoy sufre su pueblo y las aspiraciones de paz y justicia que lo moviliza.
Se podría decir en Chile que no es una protesta más, son 30 años de colonización e injusticia social, ya que la riqueza del país contrasta con la pobreza y la discriminación existentes durante largo tiempo.
En las últimas semanas, las tensiones en el este de la República Democrática del Congo (RDC), África»E, entre la población local y los cascos azules de la Misión de la ONU, continúan con violencia tras la gran protesta del pasado 25 de julio. En estos días se hace un balance de al menos 36 muertos: 4 cascos azules y 32 habitantes colongoneños, según datos oficiales provisionales de las autoridades locales entregados el martes 2 de agosto último a la agencia AFP que lo publicó.
El este de RDC, es el campo de batalla de al menos 122 grupos armados, según el recuento de un grupo de expertos de la Universidad de Nueva York.
También, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) alertó de una cifra récord de ataques a civiles el año pasado, con más de 2 mil personas asesinadas en manos de las milicias. Pero el lugar también es el hogar de miles de jóvenes dispuestos a movilizarse para conseguir cambios sociales.
Para Jonathan Mwamba, un adolescente de 16 años, según un reportaje de la prensa española, luchar era una manera de satisfacer su sed de venganza.
Durante tres años, Mwamba patrulló los bosques del este de la RDC con un fusil ruso al hombro y la esperanza de encontrar a los guerrilleros que mataron a sus padres. Su objetivo era matarlos sin miramientos. Pero los rebeldes del grupo Maï–maï Kirikicho (que entregó sus armas a la ONU el año pasado), se convirtió en su nueva familia y muy pronto se ganó su confianza. En los campamentos, según relata el reportaje, hablaban sobre los motivos que empujaron a esos jóvenes a elegir ese estilo de vida.
Ahora bien. Desde el pasado 25 de julio se han mantenido a diario las protestas contra la Monuc (Misión de la ONU en Congo), a la que acusan de incapacidad para frenar la violencia y los ataques de los diferentes grupos armados con saqueados a instalaciones de la ONU como modo de exigir su retirada del Congo.
Según datos oficiales, la Monuc está presente en la RDC desde 1999, y en la actualidad cuenta con más de 14 mil cascos azules y un presupuesto anual de unos mil millones de dólares.
Esperanza del pueblo, esperanza cristiana
En este contexto, el consejero general de la Congregación, Jean Blaise Mwanda, sacerdote congoleño de visita canónica en la provincia Chile-Argentina, donde ha estado con las comunidades y obras SS.CC, indicó que la violencia que vive hoy su país natal, «obedece a una situación de injusticia, a una situac»Eión acumulada durante años, que comenzó por ahí por 1996-97 y que muestra a un pueblo cansado de la guerra interna que vive. En esa situación de inestabilidad, la vida se hace muy difícil, y si antes de la guerra ya era difícil vivir por la pobreza que existía, hoy lo es más. Por eso el pueblo, como que ya no aguanta más», afirmó.
«Aún así, el pueblo tiene la esperanza de alcanzar la paz», continuó el hermano congoleño, Mwanda, «porque es una situación general que toca todos los ámbitos de la vida, especialmente el trabajo, la salud, la educación, y la familia…».
«Sucede —continúa— que quienes trabajan no tienen un salario que les permita vivir con dignidad durante un mes. Por eso decimos que hay una gran desproporción o desigualdad entre los pocos que trabajan y la mayor cantidad de gente que no trabaja».
«Sin embargo, el pueblo aspira a la paz y que esta guerra acabe algún día para que se vuelva a la normalidad. En ese sentido la esperanza del pueblo es una esperanza cristiana, que puede durar años pero guarda en su corazón el sueño de que llegarán días mejores», dice con convicción el hermano de los Sagrados Corazones.
Violencia e Injusticia de hace 30 años
Ante los últimos hechos de violencia acaecidos en el país, la Conferencia Episcopal Congoleña, en una declaración firmada por su Presidente, Marcel Utembi Tapa, arzobispo de Kisangani, afirmó que “comprende la cólera del pueblo congoleño” ante las limitaciones mostradas por el ejército congoleño y la Monuc durante tantos años.
Los obispos condenaron el recurso de la violencia, señalando que “manifestarse pacíficamente es un derecho reconocido a todo ciudadano por los acuerdos internacionales y la Constitución de la República Democrática del Congo”. Pero, por otra parte, dijeron que «recurrir a la violencia o a los saqueos constituye un acto que solo puede amplificar o perpetuar el mal, así como el sufrimiento de las poblaciones”.
El obispo de Butembo-Beni, Melchisédech Sikuli Paluku, se reunió con la población de su diócesis en medio de la revuelta. Y en una entrevista con una emisora de radio católica que reprodujo la Agencia Fides, indicó que “podemos imaginar lo peor. Cuando el vaso está lleno, no sería de extrañar que un día veamos a todo el pueblo sublevarse, incluso a los más insospechados”, señaló. “La población no debe ser obligada a pasar por esto”, concluyó el obispo Paluku, sugiriendo un acuerdo entre la ONU y el Estado congoleño.
Ocho de cada diez congoleños intentan sobrevivir con menos de 1,25 dólares diarios, a pesar de que su subsuelo esconde un tesoro estimado, hace una década, en 24 billones de dólares. Es un país que, en su territorio, es un gran repositorio de oro, coltán, cobalto, estaño, cobre, y diamantes… minerales no solo apetecidos que hoy nutren la tecnología mundial, sino que una de las mayores riquezas del continente africano, motivo que la hace ser a la vez, la principal causa de la injusticia social que vive la población y que genera la guerra interna de hace 30 años.
A eso se suman las miles de mujeres que cada año son violadas por miembros del ejército, entre los cuales destacan sus altos mandos, y por miembros de las fuerzas de paz de las Naciones Unidas en la región. «La ley congoleña estipula una pena no inferior a cinco años de cárcel para los violadores, pero casi ninguno va a prisión o, si lo hacen, se escapan», dice una ONG defensora de las mujeres.
Para los jóvenes congoleños este es el momento de transformar la frustración en energía para luchar por la justicia social. Y mientras los obispos congoleños piden que no lo hagan con más violencia, el hermano SS.CC. Jean Blaise confía que la esperanza cristiana terminará por imponerse. / APN.