Alrededor de 50 personas convocó el emotivo reencuentro de las Comunidades Laicales SSCC 

Estos grupos, en ese entonces juveniles, surgieron hace 35 años en las ciudades de Valparaíso y Viña de Mar,  unidos por la justicia social y la fe

 

 «Nos hemos reunido nuevamente y la conversación fluye naturalmente como si nos hubiésemos dejado de ver hace pocos días. Pero más que amistad y recuerdos, hay un impulso mayor y tiene que ver con la intensidad de lo vivido en nuestra juventud, la fraternidad, la reflexión y la oración, pero por sobre todo la experiencia del servicio, que nos marcó profundamente; el trabajo en misiones en Colliguay, en Reñaca Alto, en Hijuelas entre otros lugares; el trabajo codo a codo con el CPJ en pleno centro de Valparaíso; las salidas a la calles y tantas otras» expresó Pablo Roncagliolo, uno de los miembros de las Comunidades Laicales SSCC, luego de su reencuentro el pasado sábado 27 de agosto, en el colegio SSCC Padre Franceses de Viña del Mar.

La primera comunidad  juvenil surgió en 1987 y de eso ya 35 años, liderados por nuestro hermano Guillermo Rosas ss.cc y Pablo Wiegand, profesor y ex rector del colegio SSCC Padres Franceses: “Fue un gran encuentro, gracias a todos los que lo hicieron posible y a quienes asistimos. Hubo amistad, buenos recuerdos, reencuentros y sueños revitalizados.  Jesús nos ha regalado mucho por el camino, y sigue con nosotros. ¡Vamos por los 40!”, expresó Rosas, con satisfacción por esta jornada.

Durante el mes de agosto, un grupo de ex miembros de estas comunidades, animaron diversas actividades por los 35 años de los comuneros laicales, entre ellos conversatorios online, el 4 de agosto, con Claudio di Girolamo titulado, “Jesús, la belleza, el amor, la libertad y la justicia” y el martes 16 con Arianne Va Andel: “Antropocentrismo y otras tendencias dualistas de la tradición cristiana” y finalmente se reencontraron presencialmente el sábado 27 de agosto, donde recibieron un saludo, desde Roma, del Superior General de nuestra Congregación,  Alberto Toutin ss.cc.

En la misma jornada,  se realizaron diálogos grupales y una Liturgia Ecuménica, donde estuvo presente nuestro Superior Provincial René Cabezón Yañez ss.cc. junto a los hermanos Guillermo Rosas ss.cc y Nicolás Viel ss.cc.

Entre las asistente también estuvo, Mónica Córtez, quien valoró el encuentro y recordó a los compañeros que ya partieron: “Fue una emotiva instancia de reencuentro, de compartir la huella profunda de amistad que se gestó en torno a la Congregación de los SS.CC en la zona de Valparaíso, congregación que nos movilizó a tener un corazón inquieto ante las injusticias y la pobreza, y a creer y agradecer la misericordia de un Dios que nos ama profundamente. En este encuentro, tuvimos presente a siete hermanas y hermanos que han partido y que nos han dejado un testimonio de amor y servicio a los demás: Matías, Ana María, Andrea, Alfonso, Carolina, Jorge, y Sergio”, expresó con nostalgia Mónica.

 

Vocaciones de las Comunidades Laicales SSCC

Y estas comunidades suscitaron también vocaciones religiosas, entre ellas la de nuestro hermano Matías Valenzuela sscc, quien nos dejara abruptamente en enero del 2021, en la celebración de pasado sábado 27 de agosto, se presentó una publicación, que resumía todas las revistas, “Entreparéntesis” (Ver publicación aquí), realizadas por las comunidades laicales en su tiempo y entre ellas un texto inédito, escrito por Matías el 2011, relatando una experiencia ligada a las comunidades laicales:

 

La historia de Ramón por Matías Valenzuela 

La vida te pone al lado de muchas personas, algunas pasan inadvertidas y otras dejan huella, ya sea por su originalidad o porque te exigen tomar posición frente a ellas, porque no te permiten ser indiferente. Ramón fue uno de ellos. Él era porteño, nacido en los cerros de nuestro querido y viejo puerto de Valparaíso, era bajito y tenía su rostro colorado como el de muchas personas que se van curtiendo por el alcohol, que es su compañero de noches y días. Ramón además había asumido y vivido su condición homosexual, tanto es así que tenía un nombre de fantasía, o al menos así era llamado en el puerto, Abigaíl. No fue travesti, ni transexual, pero sí ejerció el comercio sexual en las calles del puerto y más de alguna vez lo pasó muy mal. Fue golpeado y maltratado, como muchas personas que venden su cuerpo en las calles.

Cuando nos conocimos yo era un muchacho de unos 23 años, que participaba activamente en una pastoral universitaria, con amigos de Viña y Valpo, pero que nos juntábamos sobre todo en una casa de calle independencia, donde funcionaban las queridas comunidades laicales de los sagrados corazones, en una casa que estaba en la esquina de Independencia con Rodríguez, donde hoy hay una estación de la radio Bío Bío. Esa esquina me vio crecer, porque yo viví en Rodríguez 620 por muchos años, con mis papás, hasta que nos cambiamos a Viña y luego volví ya universitario, porque las comunidades se juntaban ahí. En dicha época además celebrábamos la misa dominical en el templo de los Sagrados Corazones de Valparaíso, al lado del parque Italia (donde está la loba capitolina, con Rómulo y Remo). Los jóvenes nos ocupábamos de la misa de la tarde, con los cantos, los lectores y modificando el espacio, una amiga hizo una réplica del Cristo de Asís, que montábamos domingo a domingo, acercando el altar a las personas, tratando de generar un espacio acogedor, un espacio de comunidad. En aquel tiempo conocí a Ramón, en ese templo, con aquella gente. Cuando caminábamos con Jorge, que entre una cosa y otra era nuestro asesor religioso, con la Mónica, Pablo, la Coca, la Carolina, el Eto y muchos más. Fue un tiempo muy hermoso, muy lleno de vida, de sueños, de búsquedas, que fueron forjando lo que somos hoy.

Una de las actividades que desarrollábamos en aquel tiempo era “la salida a la calle”. Todos los sábados en la noche nos íbamos a los sectores donde había gente viviendo a la intemperie y llevábamos sopa, panes, café o comida según las posibilidades. Íbamos al barrio de la Matriz, pero sobre todo al sector que está ubicado a un costado del Hospital Van Buren, donde la gente había colocado colchones y dormía bajo un alero. Todo ello era muy impresionante, porque además había un bar, que creo se llamaba el bar Imperio, donde se juntaban estos señores y algunas señoras a veces también, a pasar sus penas y a compartir sus vidas. Era un bajo mundo, pero no carecía de dignidad, ellos mismos se denominaban “torrantes”, había algo de orgullo en dicha identificación pronunciada por ellos mismos, creo que alguna vez fue incluso objeto de un grafiti. De esa época de quien más me acuerdo, además de Ramón, que ha dado lugar a este relato, es del “Disculpe”, él era un hombre maravilloso, lo que más decía era disculpe, era su muletilla y su modo de presentación, y cuando uno se rascaba, él se ponía nervioso, porque había tenido pidulle y había sufrido mucho con ello, por lo que pensaba que se le podía pegar de nuevo. Era un ser tiernísimo. También me acuerdo de una mujer con claros problemas de salud mental, que dormía en un vehículo que se llevó la municipalidad y que después de muchas vueltas acompañamos a buscar su carnet de identidad que estaba retenido en los corrales municipales. Todo ese era nuestro mundo, ahí amamos, servimos, sufrimos, ahí conocimos amigos y también los perdimos. Los vimos mojarse bajo la lluvia y alguna vez le regalamos nuestros propios calcetines o chalecos cuando ya no tenían más que la piel para protegerse del frío.

En ese tiempo conocí a Ramón, por el año 1996 más o menos. Ramón se había acercado al templo de Valparaíso a través de un grupo carismático, en el que participaba con gran entusiasmo e iba a las misas de la tarde en que estábamos nosotros. Lo fuimos conociendo de a poco, me acuerdo de que alguna vez el cura Jorge, lo invitó a sentarse adelante con él, después recibió el reto de alguna persona “piadosa”, esto me lo contó llorando, porque no entendía cómo alguien podía negar el lugar de privilegio que Ramón debía tener en la asamblea, si para nosotros de algún modo era lo más cercano al rostro de Cristo, que vivía y moría cada día en nuestra ciudad. Pero era posible, porque a veces nos cuesta menos acercarnos a Jesús a través de una imagen que a través del rostro de un hermano que está sucio, maloliente y que lleva las llagas abiertas de nuestro Señor.

Me fue pasando que Ramón se me empezó a acercar después de las misas, para saludarme, para decirme algo o simplemente para ser reconocido, para mostrarme que estaba ahí. Una vez creo haber caminado con él desde la iglesia hasta el paradero de micro, en aquellas noches invernosas del puerto en domingo, cuando ya no queda gente en las calles y todos se preparan para comenzar la semana al día siguiente. Por lo tanto, el momento de la conversa tranquila, ya sin ajetreo, sin más apuro que los pasos uno detrás del otro.

Un día Ramón me sorprendió con tres cosas. Por un lado, me dijo que me quería dar un beso, a lo cual yo me resistí, debo decir que esto me impresionó y también me causó cierto rechazo, pero él al ver mi cara me explicó que lo que quería era darme un “ósculo santo”, es decir, un beso santo, que es una expresión bíblica, de San Pablo, y probablemente una costumbre de los primeros cristianos, que se saludarían con ese gesto de cariño. No recuerdo bien si acepté o no, pero sí me acuerdo de mi impresión. Luego me preguntó si pensaba que Dios lo recibiría en el Cielo, si sería perdonado por todo lo que había vivido. Me impresionó también su pregunta, porque brotaba de una fe muy honda que realmente aspiraba al encuentro con Dios con humildad, y con temor. A esta pregunta yo inmediatamente respondí que sí, sin dudarlo, a pesar de todo, porque le dije que la misericordia de Dios era infinita y no me cabía ninguna duda de que el Señor lo acogería con sus brazos abiertos en la Casa de Moradas Eternas, en el reencuentro con toda la humanidad, en especial con todos aquellos que hemos amado tanto.

No recuerdo si en esa misma conversación o en otra, entonces, él me dijo que me quería hacer un regalo y cuál no sería mi impresión cuando me dijo que el regalo eran dos textos bíblicos, el salmo 50, es decir, el Miserere, un texto magnífico que se reza cada viernes en la mañana en la Liturgia de las Horas, o sea, los que oramos con los salmos bíblicos. Es un salmo penitencial, donde se pide perdón a Dios, se implora su misericordia, en la confianza fundamental de que el amor de Dios nos dejará más blancos que la nieve. Y, junto al salmo, el texto de la carta a los hebreos que nos habla de la fe y de la nube de testigos que han dado testimonio de su fe. Es el capítulo 11 de la carta a los Hebreos, que comienza con el padre de nuestra fe Abraham (que también es tronco común de los judíos y del mundo musulmán, por lo que junto al cristianismo se conocen como las religiones abrahámicas). Ramón me estaba regalando dos textos bíblicos que son piedras angulares de la espiritualidad cristiana de todos los tiempos. Él me estaba regalando en esos textos su propia fe, dando testimonio de ella y quizás invitándome a caminar con él desde ella. Yo no supe qué decir, sólo agradecí. Para mi representa al Señor que habla en la fe de los pequeños, de los pobres y sencillos, que se oculta muchas veces a los sabios y entendidos, que nos pide que estemos muy atentos para escuchar, porque él pasa a nuestro lado como brisa suave, de modo imperceptible, muchas veces a través de aquellos que son invisibles a los ojos del mundo, y que Jesús nos pide visibilizar.

La historia podría terminar ahí, pero la vida nunca nos deja de sorprender e interpelar. Pasó que una tarde de aquel año, nos llaman para avisarnos que han encontrado a Ramón muerto a los pies de la Virgen en la gruta de Lourdes, al lado del Templo. Él había ido a rezar a los pies de nuestra Señora, y con alcohol en el cuerpo se quedó dormido, así como estaba, tendido en el suelo, vomitó y se asfixió. La tragedia llevada al límite de la soledad y el desamparo, seguramente en una vida son demasiado los acontecimientos que finalmente llevan a que un ser humano termine así, nunca podremos responder cabalmente si pudiéramos haber hecho algo más, eso nos inquieta y es bueno que así sea, porque como dice Esteban, es necesario que los pobres siempre nos duelan, que nunca nuestro corazón se haga frío por indiferencia. Pero a la vez, nuestra fe de niños nos permite afirmar que durmió a los pies de una Madre que acoge a todos como hijos y que nos ama profundamente desde que llevó en su vientre al Hijo del Padre, al hijo de todos, a nuestro Salvador. Ahí durmió Ramón.

Entonces había que despedirlo y la cosa se organizó en grande, todos nos movimos, rápidamente, ahí conocimos a su familia, en el Servicio Médico Legal, yendo a buscar su cuerpo, y subimos al cerro, por el ascensor Mariposas, ese que pasa por debajo de una calle, que es el único en el puerto que hace eso. Por ahí subimos y conocimos a sus sobrinas, y a su hermana, conversamos y preparamos el funeral. Valparaíso se vistió de gala para despedir a Ramón, todos los amigos de la calle pasaron por la casa de Independencia y se bañaron, fueron debidamente afeitados y se prepararon para la ocasión. El cura Jorge se puso clergyman, que nunca en su vida había usado, pero el cariño por Ramón lo ameritaba. Se preparó el mejor coro del mundo y usamos los textos bíblicos que él mismo habría escogido, el Salmo 50 y Hebreos 11, los testigos de la fe y de la Misericordia de Dios. Así nos fuimos juntos al cementerio de Playa Ancha, para entregarlo a la tierra que lo vio nacer, con vista a nuestro querido mar, lleno de cruces de madera y de los colores de la vida que traen los amigos y parientes, esas pequeñas flores del camino, como las del ferrocarril.

Esa es la historia de Ramón, en el pequeño espacio que yo lo conocí, que Dios me dio la gracia de compartir con él. Ahora nos estará contemplando desde la Casa del Padre y espero que intercediendo por nosotros, para que nunca se nos olvide mirar el rostro humano de todos y descubrir ahí cómo late en lo profundo la belleza, la humildad y el amor. En él quiero hacer un reconocimiento a todos los pobres de mi querido puerto, en especial los que sufren por el maltrato y el desprecio de su condición sexual, a todos aquellos que en su rostro me enseñaron el de Cristo y me exigen cada día entregarme un poco más. MVD/2011

 

 

 

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