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Por René Cabezón Yáñez, ss.cc.
El Papa Francisco nos vuelve a sorprender, al regalarnos una Carta Apostólica, titulada, Sublimidad y Miseria humana (Sublimitas et miseria hominis), con motivo de los 400 años del nacimiento (19 de junio) del notable pensador francés, Blaise Pascal. Él fue un gran científico y matemático laico católico, que falleció a los 39 años de cáncer (1623-1662). Se dedicó en cuerpo y alma en su prolífera vida a sus grandes pasiones: la matemática, la física, la filosofía, la geometría y la filosofía, y desde los 31 años cuando se convirtió, de lleno a Dios – después de un episodio místico – que lo llevó por caminos y búsquedas teologías no exentas de polémicas, pero de fidelidad a sus intuiciones espirituales.
Se ha afirmado de este filósofo y matemático: «Infatigable buscador de la verdad», «pensador brillante», «atento a las necesidades materiales de todos», «enamorado de Cristo», «cristiano y racionalidad fuera de los común» y de «inteligencia inmensa e inquieta».
Normalmente se asocia a los científicos el “espíritu geométrico”, por ese apego a lo concreto y demostrable, pero Pascal, como nos lo recuerda esta carta papal, se revela con un “espíritu de finesa” que es capaz de sintonizar con el alma humana, sus luces y sus sombras, y de estas últimas no se escandaliza, sino que llama a confiarse en la misericordia y amor de Dios revelado en Jesucristo.
El Papa comienza su carta subrayando la pregunta existencial sobre la identidad del hombre, desde el Salmo 8, 5: «¿Qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides?». Esta pregunta está grabada en el corazón de cada ser humano, de todo tiempo y lugar, de toda civilización y lengua, de toda religión. «¿Qué es el hombre en la naturaleza? ―se pregunta Pascal― Una nada respecto al infinito, un todo respecto a la nada».
Centralidad del corazón para ver y transformar la realidad.
Asombra constatar desde nuestro carisma SS.CC, de manera simpática apodado los “cardiacos”, aquella última categoría para ver las cosas, el mundo y hasta las miserias del ser humano, es decir, el corazón. Se revela así ante la realidad este principio de unidad, punto de encuentro y de integridad del espíritu humano.
Varios comentarios a propósito del aporte intelectual y humanista del protagonista de esta carta, sostienen que Pascal tiende un puente antropológico, entre razón y la fe, que es el corazón humano, y de allí se desarrolla una mística fundada y promotora de la unidad donde “la realidad es superior a la idea”, una de los principios expuesto por el Papa Francisco para encarnar la filosofía y la espiritualidad.
Sobre esta intuición cordial, se afirma en la carta apostólica, ‘Esta inteligencia intuitiva está conectada con lo que Pascal llama el “corazón”: «Conocemos la verdad, no solamente por la razón, sino también por el corazón. De esta última manera es como conocemos los primeros principios y es en vano que el razonamiento, que no tiene ninguna parte en ello, trate de combatirlos».
Llama la atención que citando al autor, de talante científico, aparezcan repetidamente palabras como felicidad (9 veces), corazón (6 veces), amor, caridad, pobres, Jesucristo, entre otras.
Fragilidad humana y esperanza
Me parece ver en el deseo del Papa Francisco, que tanto nos ha hablado con sus gestos y acciones, un deseo de poner de relieve la imagen movilizadora y sanadora de la “misericordia de Dios” frente al mundo quebrado y herido por el pecado que deshumaniza y divide. He ahí la razón del nombre de la carta. El antídoto para este mundo no pleno, lo encuentra en la esperanza cristiana que vence la muerte, la Resurrección de Jesucristo. Así lo atestiguan sus escritos, un número significativos publicados de manera póstuma, donde los pobres ocupan un lugar central como sujetos de su actuar caritativo y solidario.
No puedo dejar de recordar a nuestro hermano Esteban Gumucio, que muchos siglos después y movido por la misma convicción de este pensador francés, nos decía en medio de las persecuciones y violaciones a los DD.HH a causa del quiebre democrático en nuestro país hace 50 años, “no nos robarán la esperanza…” y reafirmaba su convicción desde a fe, que, “detrás de la bruma el sol espera”.
El Papa, en este punto, no «filosofa» sino que apunta a lo esencial: «¿Cuál es, en efecto, tanto en la época de Pascal como hoy, el tema que más nos importa?». A lo que responde: «Es el sentido pleno de nuestro destino, de nuestra vida y de nuestra esperanza, el de una felicidad que no está prohibido concebir como eterna, pero que solo Dios está autorizado a conceder».
El motor de sus invenciones, el prójimo y la realidad.
Su actitud básica, es de «asombrada apertura a la realidad», lo que le lleva a abrirse a otras dimensiones del conocimiento, pero también a la sociedad. Pascal, ideó en París, «el primer sistema de transporte público de la historia, los ‘Carruajes de cinco centavos’”. También a los 19 años «inventó una máquina de aritmética, antecesora de nuestras calculadoras». En el campo de la física, se ocupó del comportamiento de los fluidos y desarrolló fundamentos como el concepto de presión y vacío, recibiendo su apellido una unidad de medida de la presión atmosférica, reconocida y usada hasta hoy por la Organización Meteorológica Mundial (medida en hectopascales),también se valorar sus estudios en hidrodinámica y la hidrostática, y sus experimentos con un barómetro.
La experiencia mística de la «Noche de Fuego»
En la carta apostólica, el Papa analiza a continuación la experiencia mística de la «Noche de fuego» del 23 de noviembre de 1654, tan intensa y decisiva que Pascal la anotó en un pedazo de papel, el «Memorial», que había cosido en el forro de su abrigo, y que fue descubierto después de su muerte. Define su encuentro por analogía con el experimentado por Moisés ante la zarza ardiente. «Sí, nuestro Dios es alegría», comenta Francisco, » y Blaise Pascal lo testimonia a toda la Iglesia y a todo el que busca a Dios». «No es el Dios abstracto o el Dios cósmico», es «el Dios de una persona, de una llamada, el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob, el Dios que es certeza, que es sentimiento, que es alegría». Esa noche Pascal experimenta «el amor de este Dios personal, Jesucristo».
Esta aconteció como un “fuego”… “ni su conversión a Cristo”, «ni su extraordinario esfuerzo intelectual en defensa de la fe cristiana”, subraya el Papa Francisco, «lo convirtieron en una persona aislada de su época». Tan atento a los problemas sociales que no se cerró “a los demás ni siquiera en la hora de su última enfermedad».
Pascal y la razonabilidad de la fe en Dios
También el Papa Francisco cita a Benedicto XVI, quien recordó cómo » la tradición católica, desde el inicio, ha rechazado el llamado fideísmo, que es la voluntad de creer contra la razón», y Pascal está profundamente apegado a la «razonabilidad de la fe en Dios». “Pero si la fe es razonable, también es un don de Dios y no puede imponerse: ‘No se demuestra que debamos ser amados sometiendo a método las causas del amor; sería ridículo’», observa Pascal categóricamente. Como recordaron los padres conciliares en la declaración Dignitatis humanae, Jesús dio testimonio de la verdad, pero «no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían».
Enfermedad y Muerte temprana
Uno de sus biógrafos recoge estas palabras suyas, que, comenta el Papa, «expresan la etapa final de este camino evangélico»: «Si los médicos dicen verdad y Dios permite que salga de esta enfermedad, estoy resuelto a no tener más ocupaciones ni otro empleo del resto de mis días que el servicio de los pobres». “Es conmovedor, escribe Francisco, constatar que, en los últimos días de su vida, un pensador tan brillante como Blaise Pascal no viera mayor urgencia que dedicar su energía a las obras de misericordia: «El único objeto de la Escritura es la caridad»”.
Superación de la disputa teológica con jansenistas y jesuitas
Para concluir, el Papa Francisco analiza la relación de Pascal con el jansenismo y la polémica con sus antepasados jesuitas. Recuerda que Jaqueline Pascal, una de las hermanas, había entrado en la vida religiosa en Port Royal, «en una congregación cuya teología estaba fuertemente influenciada por el obispo Cornelius Jansen.
Francisco, como ya lo hemos visto en otras situaciones, no se paraliza por las controversias que inclusive tocan su propia historia de la Compañía de Jesús. Nada de ello le impiden valorar el portentoso aporte de Blaise Pascal como un creyente y católico insigne, pues considera que su deriva pasajera por el jansenismo que afirmaba aspectos negados por la Iglesia, como la predestinación de algunos para la salvación eterna. Esta doctrina puritana radicalizaba aspectos del pensamiento de San Agustín, enfatiza el pecado original, la necesidad de la gracia divina que acababa con el libre albedrío. Pero sostiene: “Reconozcámosle la franqueza y la sinceridad de sus intenciones”.
Esta carta no es ciertamente el lugar para volver a abrir la cuestión. Sin embargo, la justa advertencia en las posiciones de Pascal sigue siendo válida para nuestro tiempo: el «neo-pelagianismo», que haría depender todo «del esfuerzo humano encauzado por normas y estructuras eclesiales», es reconocible por el hecho de que «nos intoxica con la presunción de una salvación ganada con nuestras fuerzas».
Es necesario afirmar ahora que la última posición de Pascal sobre la gracia, y en particular sobre el hecho de que Dios «quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tm 2,4), al final de su vida se expresó en términos perfectamente católicos.
Concluyo con la invitación por un lado del papa a leer la obra de Pascal que «no es, ante todo, descubrir la razón que ilumina la fe», sino que es, «ponerse en la escuela de un cristiano con una racionalidad fuera de lo común, que tanto mejor supo dar cuenta de un orden establecido por el don de Dios superior a la razón».; y por el lado de Blaise pascal, a cultivar la inteligencia intuitiva está conectada con el “corazón” para que: conozcamos «la verdad, no solamente por la razón, sino también por el corazón».
Para leer la Carta Apostólica completa: