Yo te digo eres mi hermano / Tú porque supiste amar / no es tiempo perdido / Tiempo que se da / No es tiempo perdido / tiempo que se da.
Con la canción Tú mi hermano escrita por el Padre Esteban Gumucio, cantada esta vez por el coro y los cientos de agentes pastorales en la Catedral Metropolitana de Santiago, se despidió al cardenal Celestino Aós Braco, luego de casi cinco años de pastorear esta iglesia como arzobispo metropolitano.
«Salomón está contento porque ha podido construir el gran templo para el Señor», señaló con satisfacción y humildad en su homilía, expresando además que estaba contento en medio de muchas expresiones de gratitud a todos quienes le compañaron en su trabajo en la capital.
En la oportunidad fue despedido por Andrea Idalsoaga, delegada episcopal para la Verdad y la Paz del Arzobispado, quien le agradeció porque «nos iluminó con sus cartas pastorales. Tiempo de sinodalidad, tiempo de alegría. Y Cristo vive donde entre varias materias nos motiva a buscar nuevas formas para conquistar a los jóvenes, escuchándolos, ya que ellos tienen una sensibilidad especial para captar la verdad».
También agradeció porque «nos animó a participar activamente en el proceso constitucional que estamos viviendo como país, desde las legítimas diferencias, discerniendo en conciencia, aportando en paz todo aquello que hemos recibido como un don, poniéndolo al servicio de la cultura del encuentro, siendo respetuosos del que piensa distinto, para que estas diferencias jamás nos impidan trabajar juntos como hermanos e hijos de una misma tierra por el bien común de Chile».
Como experta en abusos clericales, Andrea añadió que «Durante estos años constaté su firme convicción en la conformación de la cultura del cuidado que promueve los ambientes sanos, donde todos los bautizados nos transformamos en cuidadores unos de otros. Como modo de prevención de todo tipo de abuso en ámbito eclesial, promoviendo así el documento de integridad en el servicio eclesial como herramienta para este fin. Él actuó con mano firme pero con una mirada esperanzadora»
Entre tanto, uno de sus obispos auxiliares, Alberto Lorenzelli, a la vez vicario general y en representación del clero capitalino, pronunció palabras de despedida también con énfasis en sus atributos personales ya que vivió con él y con gratitud por ser un pastor sencillo y profundamente espíritual.
«Hemos recibido testimonio vivo de una alta visión de nuestra Iglesia de Santiago. Nos dio una fuerte experiencia de una iglesia particular que, bajo la guía de su obispo, vive su vocación y cumple su misión, concibiendo y valorizando en unidad y sinergia todos los dones de gracia, todas las vocaciones, todos los ministerios. Siempre buscó unir a todos, construir una realidad eclesial unitaria y no un mero contenedor de experiencias múltiples», dijo monseñor Lorenzelli.
Sobre las críticas que surgieron durante su período por mantener silencio en algunos hechos de violencia y violación a los derechos humanos, el vicario general Lorenzelli dijo: «Dice el libro de Eclesiastés que hay un tiempo para todo. Un tiempo para hablar y un tiempo para callar. Y muchas veces su silencio ha sido más elocuente de muchas palabras. Gracias por el tiempo frente a este noble servicio: pastorear a nuestra iglesia. Dios bendiga sus pasos».
Y prosiguió: «a nombre de todo el clero de Santiago le expreso que admiramos su capacidad de entrega, discernimiento e inteligencia. A título personal, le agradezco haber compartido la vida cotidiana con usted en estos años y manifiesto gratitud por su paternidad, cariño y confianza que ha tenido conmigo. Cuente con nuestra oración y todo el afecto que usted se merece».
Al concluir la eucaristía, don Celestino se retiró saludando a la feligresía que le despidió con aplausos y gestos de gratitud.
Escuche aquí el coro de la Catedral entonando la canción «Tú eres mi hermano» de Esteban Gumucio.
Homilía Completa
El cardenal Celestino Aós agradeció a todos quienes hicieron posible su gobierno y su vida religiosa, partiendo por su padres y frailes capuchinos. He aquí su homilía en audio y texto:
Significativo abrazo de despedida con monseñor Alberto Lorencelli.
Estoy contento por todos y cada uno de ustedes porque me acompañan en este momento que es importante en mi vida.
Vengo a presentar y entregar al Señor esta obra de mi servicio. Servicio pobre, ilimitado, pequeño y corto en el tiempo. Pero en el que he tratado de amar y servir a esta Archidiócesis de Santiago que se me encomendó. He tratado de amar y de servir a cada uno de ustedes y a todos los feligreses de esta archidiócesis.
Le doy gracias a Dios que me pensó desde la eternidad y me llamó a la vida en una familia numerosa y religiosa. Mis padres, José y Felisa, y mis hermanos que se nos adelantaron hacia el cielo: Jesús, Joaquín, María, Asunción, Teodoro y Julio. Y por mis hermanas Margarita, Mercedes y María Ángeles.
Desde allí, desde la familia, me acogieron los capuchinos desde niño en el Seminario Menor de Alsasua. Seguí viviendo las etapas de formación y profesé capuchino y más tarde recibí la ordenación sacerdotal en 1968.
En 2014 recibí el episcopado y en el desierto de Atacama, en Copiapó, serví como obispo. Gracias a todos los fieles y a todos los sacerdotes y religiosos y religiosas y a todos los laicos de Copiapó.
Dios ha sido para mí el Dios de las sorpresas. Y llegó una sorpresa más cuando en 2020 el papa Francisco me encomendó esta archidiócesis. Agradezco desde aquí la confianza del Papa. ¡Cuánto tengo que agradecer a los Capuchinos, donde recibí enseñanzas, consejos y ejemplos admirables de fe y generosidad en la entrega de alegría y de paz!
No puedo nombrar a todos mis formadores y compañeros. Dios los bendiga. He vivido estos años en Santiago con la ayuda de las oraciones de ustedes, aquí presentes y también las oraciones de muchas otras personas que no están físicamente aquí, pero sí están unidas en espíritu. Gracias.
Y repito la palabra gracias para quienes han sido mis colaboradores más directos. Monseñor Alberto Lorenzelli, vicario general, y los obispos auxiliares, monseñor Carlos Godoy, ahora obispo de Osorno, monseñor Cristian Castro, monseñor Julio Larrondo, monseñor Álvaro Chordi, monseñor Luis Mignone. Y no puedo silenciar que desde el silencio me ha ayudado la oración y el sacrificio de Monseñor Andrés Arteaga y Cristián Roncagliolo. Gracias.
En la persona de mis secretarios, el padre Raúl Bascuñán y la señora Sonia Lagos y en la persona de la señorita María Francisca San Martín, Canciller.
Saludo y agradezco a todos los colaboradores de la Curia. Mi saludo y agradecimiento en la persona de los vicarios pastorales y de los decanos y párrocos, a todos los presbíteros y diáconos que me han acompañado en el servicio.
Las circunstancias han sido especiales en lo social, por cuando nos llegó el estallido de la violencia y luego los tiempos de la pandemia del coronavirus. Pero todos los tiempos son historia de salvación.
Todos los tiempos son buenos para amar y servir.
Las circunstancias eclesiales también fueron exigentes.
Viví preocupaciones y tristezas y lágrimas.
Pero faltaría la verdad si callara, que he vivido numerosas y grandes satisfacciones y alegrías.
He encontrado mujeres y varones, ancianos y jóvenes y niños, matrimonios y religiosos y religiosas admirables en su fe, generosos en su entrega, humildes y sencillos en su vivir.
Sí, estos tiempos nuestros, con todos, como todos y con todo lo que tienen de crisis. Son tiempos hermosos para el amor, para la caridad. Eran para mí una ocasión de Dios. Él me puso aquí. Y si yo no he sabido hacer más, si he hecho cosas a medias, si he hecho algunas cosas mal, ha sido por mi culpa, de la que pido perdón a Dios.
Nunca quise dañar a nadie, pero si alguno de ustedes ha recibido algún trato que le molestó o se sintió dolido por mi forma de ser, pido me excuse y perdone y que eleve su oración a Dios por mí.
Algunos me reprocharon que no hablé. El silencio es algo frágil, valioso. A veces cuesta callar. Pero también el silencio es comunicación. Y precisamente los grandes momentos se suelen vivir con pocas palabras o en silencio. Siempre remitía al evangelio donde Jesús nos da sus enseñanzas y en Jesús Dios nos dice su Palabra definitiva de amor y salvación. Prediqué las homilías; y ojalá mis obras y conducta hayan sido predicación viva, ejemplo que anime a acercarse a Jesús y a la Virgen María.
Salomón está contento porque ha podido construir el gran templo para el Señor. Hace fiesta y ha rezado a Dios una hermosa y larga súplica. Ahora, puesto en pie, bendice a toda la asamblea. Dios no ha faltado ni a una sola de las promesas que nos hizo por medio de su siervo Moisés.
Que el Señor nuestro Dios, esté con nosotros como estuvo con nuestros padres. Que no nos abandone ni nos rechace. Que incline hacia él nuestro corazón para que sigamos todos sus caminos y guardemos los preceptos, mandatos y decretos que dio a nuestros padres. Que las palabras de esta súplica hecha ante el Señor permanezcan junto al Señor nuestro Dios día y noche.
Jesús nos dice a cada uno de nosotros “No me eligieron ustedes a mí. Yo los elegí a ustedes, y los destiné para que vivan y den fruto, un fruto que permanezca”. El fruto es que cumplamos los mandamientos de Dios, que hagamos su voluntad con nuestras obras buenas. “Ustedes son mis amigos porque les he dado a conocer todo lo que escuché del Padre. Ustedes son mis amigos. Si hacen lo que yo les mando. Como el Padre me amó así yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, lo mismo que yo he cumplido los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor”.
¿Podemos amar hoy en estas circunstancias en que vivimos? Sí, con la gracia de Dios y con la oración y ayuda de los demás cristianos.
El Señor Jesús no les abandona. Jesús es el gran Pastor de nuestras almas y es Jesús quien da pastores a su Iglesia. Pastores que ayuden a que amen a Dios, a que se amen unos a otros.
Ahora les da como nuevo pastor a monseñor Fernando Chomalí. Acójanlo en espíritu de fe, dispuestos a caminar con él en la fe y generosos para ofrecerle la colaboración que les pueda solicitar.
Esta Iglesia de Santiago que somos nosotros, es muy bella, con personas ricas en virtud. Pero también es una Iglesia que tiene desafíos y problemas grandes. Hemos de remar juntos y con Jesús en la barca encararemos las tempestades. Cada uno de nosotros recorre su camino personal. Cada uno de nosotros debe dar sus frutos que Dios espera de él o de ella. Y sobre cada uno de nosotros queda la promesa de Jesús.
Les he dicho esto para que participen de mi alegría y sean plenamente felices. Dios quiere que usted sea plenamente feliz primero aquí en la tierra y luego en el cielo. Así me lo enseñó mi madre.
Yo también quiero vivir en el amor, amando y sirviendo en lo que el Señor vaya disponiendo de mí. Yo también quiero que ustedes vivan en el amor. Que participen de la alegría de Jesús y sean plenamente felices.
Con palabras de Salomón les digo ahora: dedíquense de todo corazón al Señor nuestro Dios. Vivan siempre según sus estatutos y cumplan sus mandamientos, como ya lo hacen. Así podrán entregarse siempre como la Virgen María. “Aquí está la esclava del Señor. Que se cumpla en mí su voluntad”. Y así con la Virgen María, vivirán felices con esperanza y alegría. Con alegría especial.
Les saludo.
Paz y bien.
Antes de la bendición final, don Celestino dijo:
Si desa revisar toda la ceremonia, vea el video oficial aquí: