Seguimos con las reflexiones de Adviento para este jueves 7 y viernes 8 de diciembre, esta vez nuestro hermano añade un comentario sobre María, pues ya finaliza el mes consagrado a su nombre.
Voy a unir en este comentario el evangelio de hoy, jueves 7, y el de mañana, viernes 8, en que celebramos una fiesta de María, con la que ponemos punto final al mes de María.
Los uno, porque me parece que nos ayudan a comprender la importancia que tiene María en nuestra fe, en nuestro seguimiento de Jesús como discípulos.
A menudo subrayamos en María su carácter de madre y quizá proyectamos en ella el amor a nuestra mamá. Y, por eso, lo que muchas veces ocupa el centro de nuestra devoción a María es la protección que nos ofrece. Para la mayoría de nosotros, cuando éramos niños, la mamá era el refugio principal al que acudíamos cuando algo nos inquietaba: una caída, una pelea, una pena. Y la mamá nos resolvía casi siempre los problemas; y, si no podía, al menos nos consolaba con su cariño, con su abrazo cálido. Ahora, adultos, ante Dios seguimos siendo y sintiéndonos niños; de ahí que, espontáneamente, acudamos a María, Su mamá y nuestra mamá, cuando estamos afligidos. Nuestra relación con ella se llena de peticiones de ayuda, de acción de gracias y de cariño. ¿Será eso lo fundamental en María?
Para Jesús, como vemos en el evangelio de hoy jueves, lo fundamental es cumplir la voluntad de su Padre que está en el cielo. Y, en el evangelio de mañana viernes, vemos que María hace precisamente eso: una vez que comprende lo que el ángel le anuncia de parte de Dios, responde: “Soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra”, que es la Palabra que Dios le ha encomendado al ángel que le diga a María.
Me atrevo a decir, entonces, que el lugar de María en nuestra fe y en nuestra vida de discípulos de Jesús no es tanto el de mamá, sino el de modelo de fe. Es decir, ella ha sido fiel discípula, su manera de vivir la fe nos puede servir de ejemplo que seguir. Lo confirman otros dos pasajes de los evangelios. En Lucas, una mujer, entusiasmada con la predicación de Jesús, exclama: “¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!”. Esa mujer valora la maternidad de María, probablemente porque, siendo ella misma mujer, puede imaginar y sentir intensamente la tremenda felicidad de una madre que tiene un hijo tan maravilloso como Jesús. Pero Jesús le responde: “Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11,27-28). Eso es precisamente lo que ha hecho María desde el comienzo mismo de su relación con Jesús, como vemos en la respuesta al ángel. Y en Juan, en el episodio de las bodas de Caná, María dice a los servidores: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2,5). Ciertamente, el evangelista, que está escribiendo para discípulos de Jesús, quiere que los lectores sientan que esa palabra de María está dirigida a ellos, hoy a nosotros. Es decir, María misma nos desvía de ella y nos señala que el centro de nuestra fe es Jesús y lo que él nos dice.
Jueves 7 de diciembre, Evangelio según san Mateo 7,21 y 24-27
Jesús dijo a sus discípulos:
No son los que me dicen: “Señor, Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero ésta no se derrumbó, porque estaba construida sobre roca.
Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: ésta se derrumbó, y su ruina fue grande.
Viernes 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción de María
Evangelio según san Lucas 1,26-38
El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: “¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo”.
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Ángel le dijo: “No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”.
María dijo al Ángel: “¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relación con ningún hombre?”
El Ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios”.
María dijo entonces: “Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra”.
Y el Ángel se alejó.