Alex Vigueras sscc: «Cuando el trabajo salva», historias para conmemorar este 1 de mayo

Nuestro hermano nos comparte un escrito, que hace referencia a dos casos de la vida real, retratado como el trabajo dignifica la vida de las personas, esta reflexión la ofrece para conmemorar, «El día internacional del Trabajo.

PRIMERO DE MAYO, DÍA DEL TRABAJO

Cuando el trabajo salva 

(Dos historias tomadas de la vida real. Los nombres han sido cambiados para no afectar la humildad de sus protagonistas)

Alejandra

Cuando Alejandra recibió de manos de su profesor la licencia de enseñanza media, rompió en llanto; temblaba; las lágrimas le salían a chorros. Sus compañeros y compañeras trataban de calmarla pero no lo conseguían. El salón entero se quedó en silencio. Entonces, fuera de protocolo, todos los de su generación la rodearon y la abrazaron. Tenía 35 años.

En medio del público Aurora también lloraba. Su esposo, su hijo y sus dos hijas también se abrazaron.

Fue un día lunes, cuatro años antes, en un barrio acomodado de Concepción, cuando Alejandra llegó a la casa de Aurora a ver si le daban el trabajo de asesora del hogar. Ya estaba desesperada de no tener dinero y sentía que la vida era tan dura con ella. Sus manos temblaban; tantas veces le habían dicho que no. Mirando al cielo, se encomendó a su madre y a su abuela y tocó el timbre.

Le llamó la atención que la dueña de casa saliera y la recibiera con un abrazo. Eso hizo que se calmara su respiración que venía agitada por los nervios. Una vez dentro de la casa le ofrecieron un tecito que aceptó. Aurora la condujo al living en el que estaba reunida toda la familia. Eso la puso más nerviosa pensando en el interrogatorio que venía. Ahí pensó también que debería haber venido mejor vestida.

Aurora y su familia ya habían decidido darle el trabajo a Alejandra, pues la había recomendado Miriam, que había trabajado antes con ellos. Ahora querían no interrogarla, sino conocerla. Todos se pusieron de pie y la recibieron con un abrazo. Alejandra seguía desconcertada.

Una vez que Alejandra recibió el tecito -que luego se arrepintió de haber aceptado, pues se escuchaba el golpeteo de la taza con el platillo por su temblor de manos- todos se sentaron. Aurora tomó la palabra: “Estamos felices de recibirte en nuestra familia. Queremos que trabajes con nosotros en las labores de cocina y limpieza. Pero solo hay una condición”. En ese momento Alejandra contuvo la respiración, y fijó su mirada en los ojos de Aurora. “Mientras trabajas con nosotros -prosiguió Aurora- tienes que sacar tu enseñanza media, pues sabemos que tienes solo hasta octavo básico. Tendrás un horario que te permita estudiar y nosotros nos haremos cargo de todos los gastos que tengas que hacer para eso”. 

La familia de Aurora ya había hecho eso con varias mujeres que habían trabajado en su casa. Tenían como criterio elegir mujeres con estudios incompletos para ayudarlas a terminarlos. Algunas de ellas no solo habían sacado la enseñanza media, sino que se habían animado a hacer alguna carrera técnica. Llegaban con apenas algunos estudios y se iban como profesionales, una tras otra.

Por eso el llanto de Alejandra en su graduación. Por eso, apenas terminó la ceremonia, bajó corriendo del escenario a abrazar a su familia adoptiva. Había pensado tantas cosas para decirles ese día, pero simplemente los dejaba bien mojados con sus lágrimas.

Estrella

Eran como las tres de la mañana cuando el timbre comenzó a sonar insistentemente. Martina lo escuchó, pero esperó a ver si otro se despertaba. Viendo que eso no pasaba bajó a abrir ella misma la puerta. Se quedó sin aire cuando vio cómo venía Estrella: toda despeinada, sin zapatos, con moretones en la cara y en los brazos. Martina -que en ese tiempo tenía 15 años- bajó los dos peldaños de la entrada de su casa y corrió a abrir la reja del antejardín. Cargó como pudo a Estrella en sus hombros y la ayudó a entrar, mientras gritaba: “¡Papi!, ¡Mami!”

Esteban y Andrea bajaron corriendo, y al ver cómo estaba Estrella partieron a buscar de todo para atenderla: hielo, agua caliente, una frazada, pues temblaba de frío. Cuando estuvo más calmada le preguntaron qué le había pasado. “Me subí al auto de un tipo que después de un rato comenzó a jalar coca y se puso cargante conmigo pa’ que yo también jalara. Cuando me quería bajar del auto no me dejaba. Yo me puse insistente y ahí comenzó a darme combos por todos lados y me gritaba: ‘maricón, maricón’”.

Estrella era un travesti que Andrea había conocido en un grupo que acompañaba enfermos de SIDA. Ella había contraído la enfermedad y estaba en tratamiento, pero siempre lo abandonaba. “Para qué voy a tomar remedios -decía- ¿para seguir con esta vida de mierda?” Después de darle varias vueltas Esteban y Andrea decidieron contratar a Estrella para que les ayudara en las labores de la casa. Se daban cuenta que había que apoyarla de cerca. El punto crítico era lo que iba a decir Martina, pero se sorprendieron de la respuesta que les dio cuando le consultaron: “Si ella lo necesita tenemos que hacerlo”.

De hecho, cuando comenzó a trabajar con ellos Estrella hizo muchos progresos y logró demorar los efectos de la enfermedad, aunque con cierta frecuencia ocurrían hechos como los de esa noche.

Cuando Estrella logró quedarse dormida, Andrea y Esteban se encerraron en su cuarto y conversaban en voz baja. “¿Estará bien lo que estamos haciendo? -preguntaba Esteban- ¿no será muy fuerte todo esto para Martina?… hay otras formas de ayudar”. Martina, que se había dado cuenta que conversaban sobre lo que había pasado, tocó la puerta. Cuando entró, se subió a la cama poniéndose en medio de ellos, los abrazó delicadamente y les susurró “no la dejemos sola… no la dejemos”.

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