Hoy 07 de junio del 2024 celebramos la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, uno de los ejes fundamentales de la espiritualidad SSCC y en este contexto compartimos este texto para acompañar esta solemnidad eclesial.
El Evangelio del día del Sagrado Corazón de Jesús (Jn 19, 31-37) relata que, muerto ya Jesús crucificado, “uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua”. La interpretación de los Padres de la Iglesia vio allí un símbolo de la eucaristía y el bautismo, cuya fuerza brota de Cristo muerto y resucitado.
Hoy, cuando uno piensa en sangre, vienen a la mente de inmediato las guerras que asolan a Ucrania y a la Franja de Gaza, con miles de muertos y desplazados. Y cuando uno piensa en agua, por una parte, las tremendas inundaciones del sur de Brasil y de otros lugares del mundo donde el cambio climático provoca recurrentemente lluvias torrenciales, desbordes de ríos y anegamiento de poblaciones, también con pérdidas enormes, muertos y miles de damnificados, y por otra parte, las sequías que asolan una u otra región del planeta con cada vez mayor frecuencia. O sea, sangre y agua que no evocan algo positivo, fuente de vida y de alegría para nosotros, como los sacramentos de la Iglesia, sino el lado oscuro del ser humano, capaz de barbaries sin fin, y de la naturaleza, probada hasta el extremo por la depredación y el descuido humano.
¿Qué nos dirá hoy el Corazón traspasado de Jesús, con ese signo de la sangre y el agua que brotan de su herida?
Tal vez nos recordará que esa sangre –esa vida– fue derramada por todos, no por algunos ni por muchos: por todos. Por la abuela ucraniana muerta abrazada a sus nietos y por el joven soldado ruso que dejó su vida en el campo ensangrentado; por la madre palestina gritando sobre el cuerpo de su hijo muerto y por la joven que fue a un evento musical y fue asesinada por los combatientes de Hamás. Y nos gritará –su sangre–: ¡Que no sea en vano! ¡Que la porfía de la paz sea más perseverante que la obsesión de la guerra!
Tal vez nos recordará también que el agua es, al mismo tiempo, el principio de toda vida y, por irónico contraste, un terrible agente de muerte; que, canalizada para regar alimentos o derramada sobre un recién nacido en su bautismo, es elemento necesario y vivificante, pero obligada a desplazarse por lugares habitados porque no hay tierra que la absorba, puede arrasar con todo a su paso, creando pánico, destrucción y muerte. Y nos recordará que, más pronto de lo que quisiéramos, el agua será –¡y es ya!– objeto de la codicia humana cuando escasee para satisfacer a la creciente población del globo y sea causa de nuevos conflictos.
Sangre y agua: pura vida de Dios y, cuando el ser humano pierde el horizonte del amor, pura muerte. Que los Corazones de Jesús y de María nos vuelvan a remecer en estas fiestas, para que la sangre sólo evoque la eucaristía, sacramento del extremo amor al prójimo, y el agua sólo el bautismo, sacramento de vida plena, hoy y mañana; para que el Evangelio no caiga en el vacío del egoísmo humano, ni en el de la desesperanza.
Guillermo Rosas sscc / Junio 2024