Como un signo de recepción del llamado hecho por el Papa Francisco a nuestra Congregación, las madres y padres capitulares, formularon un compromiso en el inicio de la misa con que concluyeron los capítulos generales de la Congregación de los Sagrados Corazones.
Al comenzar la liturgia, se realizó el compromiso para hacer realidad «una renovada primavera» el que fue hecho en nombre de todas y todos, por representantes de los diversos continentes donde la congregación tiene presencia apostólica y pastoral.
Para este signo se intercambiaron pequeñas velas encendidas para enfatizar la misión que se abre y entrega mutuamente porque, se dijo en la munición (motivación de la misa) que «entendemos la interdependencia como una reciprocidad de dones que recibimos unos de otros y que ofrecemos entre nosotros, a nuestra Iglesia y al mundo. Todos podemos aportar algo y todos podemos recibir algo. En este momento les invitamos a intercambar la luz que tenemos, una y otra vez, como signo del envío que Dios nos hace al finalizar este capítulo».
De este modo el sábado 21 de septiembre de 2024, se puso fin a tres semanas en la Villa Aurelia de Roma, donde se dearrollaron los capítulos generales, 40° de los hermanos y 37° de las hermanas, y que se habían iniciado el pasado 2 de septiembre.
Uno de los aspectos significativos fueron las palabras de nuestros superiores generales en el momento de la homilía. Patricia Villarroel y Alberto Toutin ofrecieron una síntesis de lo vivido en estas semanas de intenso trabajo, oración y discernimiento. Ambos compartieron lo que, para ellos, ha sido el aprendizaje esencial de este encuentro congregacional.
Patricia Villarroel, superiora general de las hermanas, reflexionando en voz alta, confesó que, junto a Alberto, se habían hecho dos preguntas clave: «¿Qué hemos aprendido en este capítulo? y ¿qué podemos esperar que aprendan las hermanas y los hermanos cuando se transmitan estas tres semanas de reuniones?».
Con un tono cercano y lleno de sinceridad, destacó que más allá de los acuerdos, recomendaciones y desafíos asumidos, lo que verdaderamente se llevan consigo es la experiencia vivida en comunidad, una experiencia que atesoran como fuente de fortaleza para enfrentar el futuro.
En sus palabras, Patricia subrayó que estos momentos, en los que se mezcla lo bueno y lo difícil de la vida, son tiempos de gracia. «Renovamos nuestro sentido de pertenencia, recreamos nuestra identidad y nos sentimos más miembros del cuerpo», afirmó. Habló también de la riqueza del encuentro con otros, del poder transformador de las liturgias vividas, y de cómo en esos espacios de oración compartida, se estiraron los límites de la tienda congregacional. «Hemos ensanchado horizontes, haciendo juntas el camino de fidelidad y esperanza hacia el futuro», expresó.
Uno de los puntos centrales de su reflexión fue el reconocimiento de las fragilidades que, como congregación, se han vuelto evidentes. Sin embargo, para Patricia, esta vulnerabilidad no es motivo de desánimo. «No es mala idea alegrarse de la fragilidad, cuando sabemos que es allí donde el Señor puede actuar con mayor libertad, con más fuerza», señaló. Aceptar esta fragilidad, apuntó, requiere entrega y fe, pues solo así podemos caminar en la oscuridad con la certeza de que el Señor va delante.
Patricia destacó cómo, en medio de estas debilidades compartidas, se ha fortalecido la relación entre hermanos y hermanas: «Vamos aprendiendo cada día lo hermoso que es ser hermanos», señaló.
Por su parte, Alberto Toutin, superior general de los hermanos aportó una reflexión complementaria, enfocándose en la gracia de la transformación recibida durante el Capítulo. Contó cómo llegó a este encuentro con el deseo de volver a su país, pero que fue sorprendido por una gracia especial que lo ayudó a aceptar lo que sus hermanos y hermanas decidieran para él, viéndolo como expresión de la voluntad de Dios. «Ahí está la paz, la que nos transforma», afirmó con serenidad.
Alberto hizo un paralelismo entre el caminar de los discípulos con Jesús en el Evangelio y el camino que los hermanos capitulares han recorrido en estos días. «Jesús no está solo. Él está caminando con sus discípulos y con los apóstoles», recordó, señalando cómo en ese caminar se reordenan las ambiciones, se redefine lo que significa ser el primero, y se reconoce el valor de recibir a los demás con el corazón abierto, tal como se recibe a un niño. «Recibir para ser transformados», insistió.
Al concluir, ambos hicieron un llamado a que este proceso de transformación continúe al regresar a casa. Patricia y Alberto coincidieron en que, al volver a sus lugares de origen, las hermanas y hermanos descubrirán que algo ha cambiado. Sin necesidad de palabras, las personas notarán que lo vivido en el Capítulo General ha dejado una huella profunda, un cambio que ya ha comenzado a manifestarse.
En definitiva, lo que se respira tras este Capítulo General es una congregación más consciente de su diversidad y de sus fragilidades, pero también más unida y comprometida a caminar hacia el futuro con esperanza. Las palabras de Patricia y Alberto no solo resumen lo vivido, sino que abren una puerta hacia lo que está por venir: una familia de los Sagrados Corazones que se renueva constantemente en su identidad, que se apoya en la gracia de Dios y que sigue comprometida con su carisma en un mundo que necesita de su testimonio.
Al final de la eucaristía, en sintonía con el compromiso hecho al inicio, y a los sones de cánticos como «Santa María del Camino«, a todas y todos las y los participantes les fue impuesta la imagen de Nuestra Señora de la Paz de Picpus, como signo misionero para aplicar la renovada primavera que pidió el Papa Francisco en todas nuestras obras y comunidades religiosas. / APN