El reciente fallecimiento del padre Gustavo Gutiérrez, a la edad de 96 años, no ha dejado de impactar a la opinión pública eclesial de todo el mundo. En América Latina las redes sociales se han activado con recuerdos, escritos, fotos, testimonios que agradecen y oran, celebran la pascua de este pensador peruano del siglo XX que puso en el centro a Dios encarnado en los pobres, animando a comunidades cristianas y agentes pastorales para transformar la realidad y construir la Iglesia de los pobres.
En nuestra Congregación, Gustavo pasó dejando huellas. Y amistades profundas. Tanto en su acompañamiento en jornadas propias SSCC, como su corta estadía en la población João Goulart junto a hermanos como Ronaldo Muñoz y Pablo Fontaine. Antes, en los 50, en el Seminario Pontificio de Santiago inició sus estudios de filosofía, aprovechando un pasaje desde Lima que le pagaron sus amigos. Volvió varias veces después, siempre para animar y acompañar procesos de liberación en comunidades cristianas y movimiento populares.
Con nuestro hermano Sergio Silva, desarrolló una genuina amistad. Y con su tradicional estilo y sabiduría hoy hace memoria del padre de la Teología de la Liberación. «Tuve el privilegio de conocer a Gustavo y de ser su amigo. Compartimos en muchas oportunidades y cada encuentro reafirmaba mi admiración hacia su persona y su trabajo», comenta. «Lo conocí personalmente en una jornada de la Congregación celebrada en los años ’70 en la Casa de Macul, oportunidad en que vino desde Lima para ofrecernos un tema de reflexión en esa jornada».
Sergio también recuerda que su último encuentro presencial con él fue en Chaclacayo, en enero de 2010. «Estaba acompañando a un grupo de 15 profesos de la Congregación de América Latina que se preparaban para los votos perpetuos y Gustavo fue uno de los guías. Sin embargo, lo vi muchas veces más, ya que era muy cercano a nuestro hermano Gastón Garatea. Cada vez que iba a Perú, era común encontrarme con Gustavo, especialmente cuando mi estancia era más prolongada».
«Sin embargo, antes de aquella jornada de los ’70, yo ya lo conocía como teólogo», precisa Sergio. Y añade: «lo conocía porque en mi tesis, entregada en agosto de 1972, ya había incluido varios de sus textos. Desde luego, estaba el libro ‘Teología de la Liberación», que se publicó a finales de 1971. Yo comencé mi tesis en 1971 y tuve la suerte de recibir este libro en Alemania, lo cual me permitió integrarlo a mi trabajo. Esto fue muy importante para el desarrollo de mi tesis».
Sergio explica que su «tesis trataba sobre la política como desafío latinoamericano, con el título ‘Del Partido de Inspiración Cristiana a la Teología de la Liberación’. En ella -relata- trabajé sobre los discursos políticos que se dieron entre 1962 y 1970, tanto los publicados en la revista «Mensaje» de Chile como los de los candidatos Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende, así como durante el gobierno de Frei. A partir de estos discursos, identifiqué nueve preguntas que a mi juicio interpelaban a la fe, algunas de ellas de carácter más práctico y otras de carácter más teórico. Cuatro de estas preguntas eran más específicas y cinco eran de corte general. Para responderlas, me armé un corpus teológico basado en tres revistas: «Mensaje» de los jesuitas, «Perspectivas de Diálogo» de los jesuitas de Uruguay y «Víspera», la revista del Movimiento de Estudiantes Católicos (MIEC) que en aquel tiempo tenía su sede en Uruguay.
— ¿Qué textos considera que fueron fundamentales para su investigación?
— Además de los artículos que encontré en estas publicaciones y que se relacionaban con mi tema, también pude acceder a reseñas de libros que iban saliendo. Gracias al presupuesto universitario para doctorandos, logré hacer llegar esos libros a la universidad. Fueron seis libros fundamentales para mi investigación: «Líneas pastorales de la Iglesia en América Latina» de Gustavo Gutiérrez (1970), «De la Sociedad a la Teología» de Juan Luis Segundo (1970), «Terra Incógnita» de Héctor Borrad (1970), «Opresión, Liberación: un desafío a los cristianos» de Hugo Assmann (1971), «Teología de la Liberación» de Gustavo Gutiérrez (1971) y «Marx y la Biblia» de José Porfirio Miranda (1971). Además de estos libros, también consulté muchos artículos, como uno de Gustavo Gutiérrez publicado en «Concilium» en 1971 y el prólogo de «Siglos de Renovación», una recopilación de documentos conciliares de la Iglesia en América Latina (1969).
— ¿Tuvo afinidad con la obra de Gustavo Gutiérrez?
— Me sentí muy en consonancia con Gutiérrez, en parte porque mi formación teológica en Los Perales y después en Santiago, estuvo muy influida por la «nouvelle théologie» francesa que, aunque había sido condenada por el Vaticano en los años ’50, nos marcó profundamente.
«Esta teología era impulsada -entre otros- por los jesuitas de Lyon y los dominicos de París. Además, teníamos la influencia de la renovación bíblica, representada por figuras como Beltrán (Villegas, hermano de Congregación), de la Escuela Bíblica de Jerusalén. Gustavo Gutiérrez se formó en Lyon y participó en seminarios organizados por Lubac, quien tenía prohibido enseñar en aquel entonces, pero que aún realizaba seminarios en su casa. Gustavo asistió a todos los seminarios que pudo, lo cual creó un parentesco teológico que sentía al leer sus textos».
— Sabemos que la Teología de la liberación fue adquiriendo diferentes exponentes en América Latina ¿Qué destacaría de la teología de Gutiérrez en comparación con otros contemporáneos, como Hugo Assmann que tuvo tanto impacto en Chile en los años 70 con «Cristianos por el Socialismo»?
— Comparado con otros como Hugo Assmann, lo que más me impresionó de Gutiérrez fue su profunda fe. Mientras que Assmann era más radical y crítico en sus posiciones, Gustavo mostraba una fe sincera y profunda. Esto se percibía claramente en sus escritos. En una entrevista posterior, cuando la Teología de la Liberación ya era objeto de controversia, Gutiérrez afirmó: «Mire, a mí no me importa la Teología de la Liberación, a mí me importa Jesús». Esto significa que la teología, para él, era un servicio al seguimiento de Jesús y no algo que debía ser defendido por sí mismo. Esto resonó mucho en mí.
— ¿Qué cree que distinguía a Gustavo Gutiérrez como persona y como teólogo?
— Gustavo era un apasionado seguidor de Jesús, un hombre inteligente y con una gran capacidad de autocrítica. Me fascinó el prólogo de la decimocuarta edición de «Teología de la Liberación» en 1990, titulado «Mirar lejos». En este prólogo, Gutiérrez reconoce los errores de percepción de los primeros años de la Teología de la Liberación, cuando solo se enfocaban en los aspectos económicos y políticos, sin percibir el aspecto cultural. Con el tiempo, descubrió que en el mundo popular no solo había opresión, sino también valores culturales tremendos que no habían sido valorados adecuadamente. Esa capacidad de recapacitar y hacer autocrítica me parece admirable.
— ¿Cuál diría que fue el legado más importante de Gustavo Gutiérrez para nuestra Congregación?
— Entre los legados importantes de Gustavo está su pasión por el seguimiento de Jesús, más allá de cualquier teología. Para él, las teologías eran útiles solo si servían para seguir a Jesús; si no, no tenían relevancia. Además, era un hombre de gran cordialidad y humor, lo cual facilitaba la comunicación con la gente. Gustavo era entretenido al exponer, serio, pero siempre con un toque de humor.
Diría que su legado también estuvo en la apertura al mundo de los pobres. En esto, fue muy cercano a Ronaldo con quien compartía una visión común. Gustavo le dio un esqueleto teológico a algo que ya hacía Esteban Gumucio, quien desde 1964 tenía una preocupación constante por entrar en el mundo de los pobres.
/ APN