Beatifica a una mujer que fue párroca y no se le conoce milagro.
Este 25 de noviembre de 2024, cuando se celebra el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, el Papa Francisco autorizó la beatificación de Juana Vazquez Gutiérrez, que vivió 53 años y que es llamada religiosamente sor Juana de la Cruz, franciscana, nacida en 1481 en Toledo, España. En una decisión inusual, Jorge Mario Bergoglio dispensó el requisito de un milagro comprobado para este paso hacia los altares, destacando en su lugar una vida ejemplar marcada por el liderazgo y la santidad cotidiana.
Sor Juana no solo desafió los moldes de su época; su historia se erige como un recordatorio de las tensiones históricas entre el poder eclesial y el papel de las mujeres en la Iglesia. Desde joven, mostró una determinación inquebrantable al huir de un matrimonio concertado para abrazar la vida religiosa. Su carisma y dotes espirituales no tardaron en manifestarse: a los 26 años comenzó a predicar, no solo dentro de su comunidad, sino también en conventos vecinos y frente a audiencias que incluían figuras como el cardenal Cisneros y el emperador Carlos V.
Uno de los aspectos más notables de su vida fue el privilegio otorgado por el cardenal Cisneros que le permitió ejercer autoridad sobre una parroquia contigua al convento que dirigía en Cubas de la Sagra. Sor Juana asumió la potestad espiritual, mientras que el párroco fue relegado a la función de capellán. Este gesto, inédito en su tiempo, le ganó tanto admiradores como detractores.
Al autorizar la beatificación sin milagro de sor Juana, el papa Francisco refuerza la visión de la santidad como algo alcanzable en la vida cotidiana. En esta misma línea, Francisco beatificó en 2023, a María de la Concepción Barrechegure, una laica llamada «Conchita» y que es reconocida también en España no por milagros extraordinarios, sino por su entrega y devoción en el contexto de su vida familiar y comunitaria. Su ejemplo de santidad, ejercido desde la vida laica, subraya que la gracia divina puede manifestarse en las pequeñas acciones diarias y en la fidelidad a los valores cristianos, sin necesidad de prodigios sobrenaturales.
La beatificación de estas dos mujeres (religiosa y otra laica) evidencia un cambio en la forma en que la Iglesia reconoce la santidad. En ambos casos, Francisco pone en el centro a mujeres que, desde su contexto y realidad histórica, rompieron moldes y vivieron una fe transformadora. Aunque sus trayectorias son distintas, las dos destacan por su capacidad de liderar y guiar a otros en el camino espiritual, mostrando que la santidad es accesible y se construye en la interacción con la comunidad y la vida diaria. Estos ejemplos refuerzan el llamado del Papa a una Iglesia más inclusiva y atenta a las voces y testimonios femeninos. / APN