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DOMINGO DE RAMOS

“¿Quién es tu Señor y tu Rey?”, me preguntó el economista
Yo tuve que responderle la verdad:
-Mi Rey viene gris como la gente, viene atravesando siglos y tiempos cotidianos.
¿Cuál es su grandeza, su poder, su punch…?
-Mi Rey viene manso y humilde.
¿Tu Señor entonces es el rey de los pequeños?
-Tú lo has dicho: míralo cómo viene, como un labriego al peso de su carga, como un simple peatón, temblando de piernas, el trabajador del Perdón…

(Esteban Gumucio ss.cc.)

El domingo de Ramos, día en que comienza la gran semana de los cristianos, la “Semana santa”, parte anunciando la paradoja de Dios encarnado. La misma paradoja de la anunciación, del nacimiento, de la transfiguración, del ingreso a Jerusalén, del juicio ante Pilato y de la crucifixión de Jesús. La paradoja que late en el corazón de la revelación. La de un Dios que “se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres” (Flp 2, 7). La de un Dios cercano, misericordioso y liberador.

Esteban capta esa paradoja en su poema y nos la presenta con ropaje contemporáneo. Jesús es el rey de los pequeños y es, él mismo, “gris como la gente”, pequeño, manso, humilde, como un simple peatón… Un rey que pasó haciendo el bien y fue crucificado como malhechor. Un rey coronado, pero de espinas; un rey con capa, pero de burlas; un rey clavado en una cruz, no sentado en un trono; un rey aclamado por la multitud el domingo y abandonado por casi todos, el viernes. Un rey cuyo reino no es de este mundo, pero que inauguró su Reinado en medio del mundo, como ser humano; un rey acogido y rechazado por el mundo, seguido y abandonado, escuchado y silenciado en la cruz.

En Semana santa hacemos memoria de los extremos del claroscuro de la fe cristiana: la peor tiniebla que culmina en la luz más brillante. La muerte más atroz que culmina en el inaudito retorno a la vida. Este dinamismo que recorre toda la revelación, toda la historia de la salvación y toda la vida de Jesús de Nazaret, es la raíz más profunda de la esperanza cristiana: ella sería vana si creyésemos que la muerte, el pecado, la violencia, la injusticia, tienen la última palabra en la historia de la humanidad. San Pablo expresa espléndidamente esa esperanza cuando pregunta: “Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” (1Co 15, 55).

La esperanza está en el centro del jubileo de este año en la Iglesia, convocado por el Papa Francisco bajo el lema “Peregrinos de la esperanza”. Cada 25 años, la Iglesia invita a celebrar, en todo el mundo, un año de reflexión y renovación para todos los creyentes. Esta vez invita a reflexionar sobre la misericordia, la solidaridad y la construcción de un mundo más justo, desde la esperanza cristiana, a través de peregrinaciones, oraciones y otras acciones concretas. Esta Semana santa es una excelente ocasión para entrar en la atmósfera motivadora de este propósito al que Francisco nos convida.

Al ver a Jesús entrando a Jerusalén, aclamado por sus entusiastas discípulos y seguidores, los que, alegres extienden paños a los pies del burro en el que monta y agitan palmas para saludarlo, no se sospecha para nada aún el rechazo del “¡Crucifícalo, crucifícalo…!” que mucha de esa misma gente gritará pocos días después. Jesús aclamado con “hosannas” como salvador, rey y Mesías, entra derecho a la “boca del lobo”: pocos días después sería expuesto como malhechor ante una multitud que prefiere la libertad de un asesino y pide a gritos la crucifixión del justo.

Por eso, este domingo es el inicio de la pasión, aunque todavía no se haya desatado el proceso que llevó al Mesías a la cruz. El Domingo de Ramos, que se llama también Domingo de la Pasión, adentra a la Iglesia en su “Gran semana”, como la llaman los cristianos de oriente, presentando la figura paradojal del Servidor sufriente (Isaías 42, 1-; 49, 1-6; 50, 4-9; y 52,13 – 53,12) con quien se identifica Jesús camino de su pasión y de su muerte. Es un domingo en el que la alegría y la tristeza, la alabanza y la súplica, el éxito y el fracaso, son los ingredientes de un mosaico paradojal y conmovedor, de una puerta a los días más intensos, cruciales y esperanzadores del año litúrgico.

Guillermo Rosas sscc / Abril 2025