Comunidad Atacama SS.CC.
Martes 1 de agosto de 2017, 20 horas, ya estamos iniciando la eucaristía con que inauguramos nuestra anhelada presencia en nuestra nueva vivienda, en la Manzana 13, casa 12, de la “villa de emergencia” en Diego de Almagro. Durante la misa, el texto del libro del Éxodo nos conmueve: Moisés decide salir del emplazamiento central del pueblo y sale más afuera, hacia un lugar descampado, para instalar allí la Carpa del Encuentro. Se trata de encontrarse allí cara a cara con Dios, como lo hacen los amigos; pero procurar también el encuentro del Señor con su pueblo. El evangelio, con la explicación de la parábola de la cizaña, nos recuerda que aquella cizaña de la parábola está incrustada en nuestra propia historia, y nos invita a vivir siempre alerta, fortaleciendo la semilla buena.
Fue aquel un momento muy especial. Tenemos que reconocer la emoción que sentimos en ese instante, sellado al final con un recíproco abrazo entre todos. Es que detrás había una historia hermosa. La provincia y su decisión capitular de hacer algo nuevo en comunidad y misión. El discernimiento comunitario al más amplio nivel. La decisión concreta de llegar a Atacama y, en particular, a Diego de Almagro, en la diócesis de Copiapó. La llegada misma, hace poco más de 6 meses. La experiencia de ser acogidos en Diego y de acoger a su gente con corazón abierto y libre.
Vino enseguida la mirada hacia la villa de emergencia, creada como tal después del aluvión de marzo de 2015. La mirábamos instalada al otro lado de la ciudad, desde el centro, desde la casa parroquial que habitábamos, anhelando irnos a vivir allí algún día. El anhelo se hizo fuerte y surgió de él la actitud persistente por conseguirlo. Hubo entonces mucha conversación formal e informal con las autoridades que podían asignarnos un sitio en ese lugar. A veces parecía que sí, que estábamos a punto de lograrlo, y enseguida todo se estancaba. La burocracia nos jugaba una mala pasada. Pero finalmente, la gestión prosperó. No solo conseguimos sitio sino también algunos materiales desechados de la construcción original de la villa que estaban disponibles.
El viernes 13 de mayo, por la mañana, pudimos instalar en nuestro sitio los primeros materiales. El genio de nuestro hermano Gabriel, ingeniero constructor, permitió que en dos meses y medio levantáramos, con nuestras propias manos, la casa que hoy habitamos; sin recurrir a otra mano de obra. Fue un buen esfuerzo levantarla, pero, sobre todo, un gozo inmenso haberla conseguido de esta manera. Vinieron enseguida otros generosos aportes, de cerca y de más lejos: algo de dinero que nos permitió no cargar a la provincia con algún gasto; materiales menores que hacían falta; y, finalmente, enseres de casa y accesorios que nos vinieron muy bien.
Hoy estamos felices viviendo en nuestra villa, en medio de vecinos sencillos y amables. En 15 a 20 minutos caminando, llegamos a la sede parroquial para asumir allí los servicios que tenemos. El agua está conectada desde el principio. La luz la estamos recibiendo en estos días de una de nuestras vecinas, pero ya estamos gestionando el empalme oficial. La casa misma, de madera, es más cálida y grata que la casa parroquial. Pero, más allá de todo, es nuestra casa, la casa nueva, que queremos compartir con todos. Está en las afueras del centro de la ciudad, y quiere ser una “casa del encuentro”, encuentro con el Señor, con nuestro pueblo, con todos ustedes.